2 ene 2011

Los gatos de mi azotea




Cuando estaba solito con los gatos de mi casa les quemaba los bigotes con cerillos. En seguida, los dejaba ir y trepaban espantados, creo, a la azotea. No volvían a aparecer en un largo tiempo. Me daba risa porque a algunos no les crecían los bigotes. Eran tantos mininos, como tantos colores hay en el aliento de un dragón, creo recordarlo apenas. Me daba el lujo de recordar y olvidar si a ese precisamente le había pasado el fósforo en mi cumpleaños o en algún domingo cualquiera. Aunque, sin embargo, algunos no se dejaban agarrar, escapaban. Me rasguñaban desgraciadamente. Y yo, bien turulato, a veces no los soltaba a la primera. Pero afortunado, porque mis papás no estaban en casa para exorcizarme con el de la hebilla dorada, con el cinturón. Y pues, ni una idea de que se me desangraba el brazo. Además, ya me habían advertido no agarrarlos y no ser grosero con ellos.

Mis papás siempre llegaban en la noche, llegaban bajando de la camionetota Toyota, doble tracción; las refacciones que vendían en el concurrido y variopinto mercado de la colonia como sospechando mi docilidad ante su mirada y el escape a sus abrazos. La Toyota, era un camionetón que a mí me gustaba, porque estaba pintada con florcitas tipo hippie y tenía un amplio quema cocos, por donde podía sacar mi cabeza sin peligro de carros y…. Pero, en eso de la sangre, mami me curaba las heridas de gato con besos y algunos que otros regaños, sin decirle a papá, que sin duda nos regañaría a los dos.

Los consejos de mamá, me entraban por un oído y me rebotaban por el mismo. No me importaba la larga espera o el dolor del suéter sobre mi costra de ayer; el pedazo de una lechuga orejona y perejil chino sobre mi codo. Y, sentado en las escaleras al otro día, envuelto en una frazada vieja, con una pierna de pollo frita y grasienta de la comida del domingo; tirada cerca de mis zapatos o una alita todavía caliente sacada de mi plato del desayuno; se acercaban y la comían los desdichados gatitos. Pagarás lo de ayer…, aunque tú no fuiste, te pareces al que me corto aquí, me decía, como soplándole al gato color nicotina en la oreja. Mi maquinación de meterlo en la vieja lavadora del jardín, o encerrarlo en la vieja casita del árbol, estaba en curso.

Los mininos me tomaban cariño, hasta lamían el suelo saboreando el pollo a las brasas que les había regalado directo de la cazuela de mami; haciendo a un lado las papas fritas. Se calentaban, pegándome pelo en casi toda mi ropa. O me lo agradecían así, dándole vueltas a los ruedos de mis pantalones, sin hacer nada, sólo ser bola de pelos. Algunas pelusas hasta iban a dar a mi legua. Eso decía, que me habían perdonado. Pero yo no lo había hecho. La herida todavía estaba fresca en mi brazo.
Hay que reconocer. Reconocer es una forma de identificarse. Pero total, reconozco que a alguno lo perdonaba y lo dejaba juguetear su cuerpo y cola en mis pies. El sol esplendido y bueno de invierno, caía sobre mi cuerpo y el gato en mis rodillas, ronroneaba con sus ojos cerrados, como una caricia. Era encantador tener la compañía de un gato casi todos los días de la semana que mis papás estaban trabajando lejos o estaban peleados y me descuidaban.

Cuando los miaus no se dejaban agarrar, los perseguía por todo el patio y a algunos los atrapaba. Y, aunque me rasguñaban, ya tenía abierta la tapa de la lavadora vieja. Con la cabeza rebosante de sol y maldad. A algunos por pura venganza, los metía allí dentro a purgar su condena, o terminaban atrapados con una cubeta encima, si de veras eran muy astutos y gordos. A veces no entendía mi cariño hacia ellos. A veces pienso que me desquitaba muy fuerte con ellos, porque tal vez alguna gatita estuvo preñada. Era yo un dictador enano, un domador feliz en mi territorio de árboles frutales y carnes de la tienda de mi abuelo. No lo sé, son recuerdos que me hacen a veces feliz al recordar, mientras escribo.

A veces pienso en la felicidad. En la modesta felicidad, como una entelequia. Esa idea platónica de lo perfecto. Dicen que la felicidad es una cumbre de un segundo. Pero a la larga, a mí me gustaría que fuera al menos una llanura infinita de siete segundos infinitos y prolongados, como la vida de los gatos de mi infancia…
Regresando a los miaus, que estaban dentro de la aparato o en la cubeta de diecinueve litros. A veces los dejaba ir. Y ellos corrían lejos de mí, como si fuera su última vida gatuna. Les quitaba la cubeta de encima. Aunque, algunas ocasiones terminaban días en la lavadora blanca y vieja, de mi abuela Mina. Porque, según yo, quería que durmieran cómodos o purgaran maquiavélicamente su condena, por haberme rasguñado o ser desconfiados conmigo. Total, no sé, pero los días pasaban y luego, los gatos saltaban escuálidos fuera por fin, pues mamá, les abría la tapadera; los había encontrado y a mí, se me había olvidado. Aunque, esto no pasaba todos los días, porque en la casa de mi infancia los bigotes rostizados paseaban diario en mi azotea.

Deserción, cambio




Estoy a punto de dejar el bolígrafo que me motiva a escribir. El porqué no está muy lejos; me siento medio frustrado, medio intranquilo. Dice un dicho que escuché hace unos días, que: “La vida es muy corta y muy breve para estar haciendo sólo una cosa”. En parte sí coincido con el dicho y en parte me opongo. Yo he andado y desandado camino, he hecho números como letras y aquí sigo sin que me absorba una pasión del todo. Qué voy hacer si vienen años y, yo no creo haber llegado a la cima de la que gozan algunos hombres que admiro. ¿Les he contado que soy un tanto protagonista, no? Pues sí, me gusta hacerme notar y llegar por fines lejanos y extraños para cumplir con un dicho y nombre que me reconozca entre personas diferentes en sociedad. Pero creo ya ha llegado el tiempo de virar y probar otra suerte. Tal vez la música, tal vez los autos, o tal vez las mujeres absorban mi atención para disfrutar la vida sin obsesionarme en trascender, sino dejando algo que perdure en mi familia, entre los míos, entre mi gente.

Una carta desesperada




Desde Israel

Para: Israel Maldonado Leal

Oye papá, espero que todavía vivas para poder leer mi carta, juro será breve.
Hace tantos años que nos dejamos, que no sé de ti, que no nos sabemos. No quiero recordar el motivo, ahora sólo me importa el aquí, el presente. Te cuento que ya soy un hombre. No sé si tú hagas el cálculo de mi edad pero ya tengo 19 años. ¡Qué rápido se nos pasó el tiempo!, ¿no?

Total, pero seguimos siendo cuatro: mi hermana Verónica, mi hermano Ismael, mi mami Tere y yo; Israel, igual que tu nombre. ¿Me recuerdas? Espero que no te hayas olvidado de nosotros, al menos debes recordar quién fue el primero.

Lo poco que yo sé de ti es que te juntaste o te casaste, algo así, pero que tienes otra familia. Me duele un poquito que hayas encontrado sustituir nuestro vacío. Aunque, qué le ibas hacer, te dejamos. Tú, tal vez nos buscaste como tantas veces, pero aquel miedo a ti nos hizo perdernos. Te confieso que antes tenía miedo ir a la primaria y encontrarme contigo. Ahora no creo poderte tener miedo, imagino a veces que cuando salgo a la calle te veré hecho un viejo. Dice mamá que has de estar acabado, porque has sufrido mucho. Aunque, sin embargo, tuviste tus tiempos de disfrute y descontrol. Logramos por fin hablar de ti, antes teníamos cierto miedo, luego coraje, después misterio, ahora cierta curiosidad. A veces sale la pregunta en las noches, tirados en la cama, decimos: ¿Quién se parece más a ti, mamá?, ¿quién tenía los ojos de color en tu familia?, ¿cómo era mi papá?, ¿qué te gustó de él? Yo realmente antes tenía miedo parecerme a ti, ahora como que me da igual. Creo conocerme y sé hasta dónde pueden llegar mis límites. Aunque te he de confesar que a veces tengo miedo a tener mi propia familia, a ser papá; no quiero maltratarla, no quiero hacerla infeliz, tal vez sólo darle lo que esté a mi alcance y la felicidad, mi apoyo no es problema.

No sé si te guste leer, espero que no te falle la vista o que tu trabajo me regale un trozo más de tu tiempo para seguir leyendo esto. A mí me gusta leer, apenas me he definido por ser escritor. No soy tan bueno en la teoría como algunos chicos que he conocido en talleres literarios y, que hasta estudian la carrera. Yo realmente creo tener talento para hacer letras, pero en cierta manera, venir de una familia con trayectoria y el dinero son positivos ingredientes que hacen más rápido impulsarte en el camino de los escritores.

Total, pero a lo que voy es a decirte en que yo te perdono… ¡Sí, te perdono! Trataremos como amigos, después veremos si puedo llamarte PADRE para podernos dar el hombro mutuamente. Por mis hermanos tal vez haya uno poquito de inconveniente, pero seguro y podremos acercarnos, pues, el tiempo creo nos ha borrado un poco las malas experiencias que nos hicimos años atrás.

Yo estoy tranquilo y puedo acercarme a ti sin rencores o resentimientos, siempre he tratado de perdonar, si en algo me parezco a mi madre es en ser una persona noble.

Bueno, me despido. Cuídate mi viejo y espero saber pronto de ti, la carta la dejo con una tía mía hermana tuya, que creo vive por Indios Verdes, iré con mi mamá para allá dentro de unas horas, y seguro y también te dejo el número de mi celular para que nos sea más fácil ubicarnos y nuestros destinos por fin puedan cruzarse como creo se deben de padre a hijo. Cuídese mi viejo y espero pronto poder estrecharle. Un saludo bien afectuoso de un hijo tuyo que bien lleva tu nombre.


Israel Maldonado Maldonado


** Me hubiera gustado viejito que estuvieras conmigo, poder abrazarte y contarte mis penas. Soy y adulto ya, es verdad, pero a veces no puedo salir adelante, me faltas tú, me falta un trozo de mi vida. Con cuántas ganas necesito un padre, a un viejo a quien abrazar y soltarme en llanto para que enjugue mis mejillas. Necesito a un viejo, cuando la vida me aporrea, cuando el destino incierto me acorrala. Necesito las palabras dulces y los sabios consejos, necesito quien avive la chispa que no encuentro. Voy desandando camino sin una dirección, sin ningún maestro. Necesito a un viejo como el campo necesita de la lluvia. Tú eres mi pilar y mi sustento. Ven abuelo de todos mis años, ven hombre y canas de mi sueño, mírame con tus ojos engafados por esos lentes delgados, ven y escribe en mí tus sabios consejos.

Pony




Pony, usted hoy se arregló para mí, sin duda, ese toquecito en las mejillas la delata, su piel blanca y su cabellera rojiza la envuelven en un singular encanto de muñequita irlandesa, muy de sus ojos, muy de usted, Pony. Nadie diría que usted anda conmigo, tiene la chispa que años atrás había encendido. Es especial, usted entre todas las mujeres que no quieren tener hijos, cuesta trabajo pensar que ni casarse quisiera, y es feliz como puede, como toda mujer actual está en su planes, y válgame que tiene planes y metas que asombran, una historia intensa e interesante, porque todo gira a su favor, a su manera, cada vez que clava sus pupilas con esos ojos profundos y encantadores que casi no parpadean, todo el mundo gira que gira, y usted al volante regando mariposas con su voz dulce y educada, de maestra.

Claro Pony, hoy sabe usted que es un día especial, lo piensa, lo decreta, dice, un momento especial. Sonríe. Usted que por cada sonrisa tiene un ademán de muñeca, créame, se he puesto colorete en la mejillas para combinar sus labios, su sonrisa. Sí, Pony. Véase al retrovisor, al espejo, aprecie la magia que la envuelve, el aire dulzón de una jovencita, fresca y alegre. Nadie sabe que usted anda conmigo, nadie debe saberlo, porque el encanto está en las miradas de otras que no dicen nada o se callan tan sólo al saberlo, porque cuando está conmigo la mirada se le vuela con su cabello rojizo, las pestañas se le quiebran, se le suaviza el carácter, se le endulza el gesto. Todos la voltean a ver, Pony, pero usted sólo tiene la mirada puesta conmigo. Qué bonita se ve al volante, qué lindas manos, qué acento suyo, muy otoñal, muy maduro y tierno. Se vería maravillosa con ese fondo de nubes y pájaros, volando, se vería mejor conmigo. A claras cuentas sé que su expresión oculta algo, una terca historia, un cielo perdido, perdone el atrevimiento, pero es que no pasó nada desde que se enamoró del chilenito, su ex novio, su gran amor. Desde entonces usted, Pony, se ha encerrado en el trabajo, en las clases, en los libros. Ha desplomado sus relaciones, sus castillos. El compás de su vida se tornó bajorrelieve, absurdo y gris, como todo proyecto que no existe al final de un túnel, al final del limbo. Se podría hacer con sus deseos reunidos un collage diverso lleno de claroscuros y sueños. Dejó de soñar para cumplir metas ya caducas. Siguió estudiando, tomando la misma ruta al trabajo, soñando en el mismo sueño y así viviendo lo mismo sobre lo mismo. Luego vino el dinero por su trabajo, los viajes, departamentos, y el reconocimiento de amigas y allegados más que amigos. Y se convirtió en una trabajadora eficiente. La óptima recta, Pony, no varía según los medios y el resultado. Cayó en la rutina, en el absurdo sentido de moverse sobre una ciudad entorpecida de autos, y edificios grisáceos, a actuar como un autómata, como uno de ellos. Ya ha clavado el calendario en la oficina, dándose poca cuenta de cómo se consumen sus días, trabajando por proyectos, por costos, por resultados como una maquinita de hacer crecer dinero ajeno; salvo observa el almanaque para salir de viaje y llevar la crema adecuada o, su elegante atuendo de muñequita irlandesa con el que ahora la miro. Declare si estoy equivocado, Pony, confiese si algo de ello estoy mintiendo, como todos los hombres que machos se vuelven al ver mujeres triunfando, dígame ¿qué tanto tiempo hace que no nota algún cambio en el aire de abril a mayo? Dígame, Pony, ¿cuántas flores le sobreviven prendidas a su oído la última vez que escuchó, la frase, amor mío? Su pose de bailarina cambió a atleta y luego a maestra emérita de su propio proyecto, aunque ajeno. Algunos blancos en su cabeza se están anunciando. Su entrecejo no conoce el relajamiento de una música tranquila sin aspavientos. Su sonrisa se niega apagarse por completo. Hubo una vez que ni se dio cuenta del abandono de su primer amor, ya pasaron años, ya se hizo olvido. ¡Su primer y único amor, Pony! Hasta hoy, usted me parecía una estación lejana y fría, tapizada de escarcha, mansa y sumisa, una de esas diosas tahitianas del erotismo declaradas al férreo voto de castidad. Con singular entereza de gran mujer contemporánea ha rechazado frustrados intentos de ser feliz, que acercamientos de profesores, colegas y hasta estudiantes. Le han llegado arreglos florales, chocolates finos, todos se han dado cuenta, Pony, y ya no le hacen obsequios, ve usted porque se ha quedado así, oronda y tranquila.

Pero hoy sabe es un día distinto. No porque vengo a su lado mirándola como puede ver un niño, porque sabe soy un hombre sujeto a los desvaríos. Se ha dado cuenta de mis labios. Sabe que va a ser diferente, el deseo. Pero, por qué no, ¿sabe que soy diferente? Años atrás me ha visto, como dicen los que saben y usted sabe los matices y los susurros con los que le hablo, cerquita de su oído. Aceptémoslo, Pony, usted ha decidido volver a ilusionarse, ve que fácil es levantar una vida que se viene cayendo. Si hasta el colorete en sus mejillas tiene el toque matinal donde puedo estallar mis besos. Qué me dice, Pony, ¿cree en los besos voladitos?
Hace tantos años que se reunió por última vez con su amor, el chilenito, su adoración vuelto delirio. Era una tarde nublada, el día estaba frío y gris, su cama, tapizada de esperanzas que usted no quería echar al suelo. Le gustaba figurarse en las noches recostada hasta el amanecer con su hombrecito viajero, usted llevaba una blusa azul y pantalones hasta los tobillos; muy linda, muy hermosa. Llamaron a la puerta. Le temblaron un poco las largas y lindas piernas al bajar las escaleras y preguntar: quién. Sí, claro, era la voz del chilenito. Abrió la puerta y lo encontró. Se encontraron en un tenue beso con más cadencia y ritmo que lengua y saliva. Usted lo abrazó y guió de la mano, lo tiró en la cama y, ¡pícara!, se desnudó bailando en medio de la admiración y la música que embriagaban el lugar. ¡Qué hermoso cuerpo! Usted en esa época hacía ejercicio hasta cansarse. Corrió a buscar la botella y la destapó (no se acuerda, ya, whisky). Y así se embriagaba con el chilenito, trago tras trago, contenta a morir, briaga de alegría, glup, tomando directo de la botella, glup, aproximándosela a él, sonriendo ya entregada a su cuerpo. Fue una inolvidable ocasión. Escucharon y vieron el mismo punto en el horizonte, glup, la vida en sorbos, glup, el efecto de una dulce cosecha. Mientras se terminó la música, glup, usted se quedó dormida, y él se fue con la misma satisfacción de haberse tomado una botella, un último glup. No volvió nunca más, Pony, simplemente no volvió a saber nada de él, nunca más se le ocurrió buscarlo. Desapareció de su vida. ¡Y sus brazos que tan bien moldeaban sus caderas! ¡Tan fuertes! Un encantador cuerpo de hombre. Sus ojos profundos y tiernos, su sonrisa blanca, sus bíceps trabajados, su cuerpo tan viril. ¡Oh Dios! El cuerpo es el templo del alma. El chilenito suyo, el chilenito su amor, su único amor con encanto de niño.
Tres meses después decidió deshacerse de su cama que tenía el recuerdo de su adhesión al cariño, la vendió a no sé quién la necesitaba a bajo precio. Y el tiempo la fue haciendo a usted, práctica, tranquila, ¿fría y distante? Poco quedó de su corazón tamborilero, de su romanticismo veinteañero. Y dejó de disfrutar su cuerpo, lo apartó del ejercicio de vivir.

Sí, ya sé, todo ese tiempo entre ser y no ser, comenzó a automatizar sus roles, en fin, se postró a lo mismo. Nadie que la conociera, diría ahora que, sigue siendo alegre y fiel al juego de amar que haya conocido antes. Claro, usted bien lo tiene entendido. Definitivamente, no hay duda. Claro que su cuerpo aún atractivo, su forma de caminar, serena, tranquila, llena de misterio, su ropa elegante, su pelo y esa expresión otoñal al mirarme, pueden encender la hoguera que hace años está latente. Algo queda en la memoria, en la reminiscencia del recuerdo cuando se pasa por la academia de la ternura y el romanticismo, un dejo de nostalgia y un arribo al puerto del naufragio, del olvido.

Pero ahora está conmigo. Disfrutemos el camino más arduo y difícil, el interior. Hemos llegado. Todo claro, raro e intenso. Atardece a su manera, Pony, por favor, recuerde que se trata de un sentimiento que puede apretar en un puño, o puede colgar en su bolsillo.

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* La espera

Mira que enamorarme con un beso, Pony. No, no estoy enamorado, aún no puedo concebir enamorarme de una mujer que me dobla la edad y los años de experiencia en esto de las empresas del amor. No sé si llegues a nuestra cita, Pony, al el lugar en donde ayer aceptaste mis labios, mis manos, mi voz. Sólo quiero ver allí tu carro rojo y cerciorarme de que nuestro amor, más bien relación, puede ser posible. Mira que imagino tu cara y los nervios, los dedos y todo yo ya quisieran tenerte. Mira que venirme a enamorar de mi maestra de redacción es un sueño que apenas concibo en mis sueños, sólo deja recorrerte con mis manos, con mis labios, con mis ojos, y ya verás que el amor de estudiante, existe.

Dices que no te casarás, dices que al diablo los hombres que no ganan dinero suficiente para hacerte viajar por el mundo al que te has acostumbrado por trabajo y suerte. Yo no tengo carro ni casa y aún vivo con mi madre, pero este corazón que no quiere hijos, quiere estrecharte.

Dices que los niños no son lo tuyo, que no te imaginas siendo madre, pero si aceptas estrecharme siento yo me aceptarás como el niño que no tuviste.

Ya te veo, perfumándote, ajustándote la playera bajo el pantalón que bien guarda tu silueta de mujer en su esplendor, ay de mí, mujer, ay de mí, Pony. Espero y te haya llegado mi mensaje y al rato estés allí donde ayer, esperándome con todo tu deseo de querer pasarla bien y del amor, luego hablamos de imaginárnoslo para prestarle un poco de atención.

* No llegaste, Pony. ¿Por qué no llegaste? Posiblemente quieres seguir siendo libre. Está bien yo no voy a arrancarte tu libertad. Búscame si quieres, trataré de pensar que nuestro beso fue un sueño de un momento equis. ¿Qué le voy a hacer? Conozco de mujeres como la palma de mi mano, ¿quién iba a decir que tú eras diferente? Adiós, Pony y clarito sé que lo que yo guardo de tranquilidad, tú lo guardarás de desconcierto al no verme.

Amor en el Sistema Colectivo Metro




Abordaba la primera estación con dirección a Buenavista. Decepcionado de la tan planeada cita con una chica que conocí en el chat, me quedé hundido en un asiento exclusivo para mujeres, niños o discapacitados, muy satisfecho de no tener a nadie delante para poder estirar mis pies y apoyar mis codos en tubular y asiento de junto. Volví la cabeza a mi lado derecho, y detuve enseguida la atención.

A todas luces, se conocían. Sí. Y no creo que eran hermanos. Eran pareja. Él, un hombre equis, y tal vez por su espontánea regla y su galante uniforme de marino, menos que un hombre común y corriente. Ella, fresca, blanca y menudita, con uno de esos toques atractivos y profundos en el rostro, en consonancia al perfecto color y parpadear de sus ojos, una mujer bien parecida para inspirar las líneas de un romance hecho poema o viceversa. Se podía decir que era, sobre todas las cosas, una atractiva belleza capitalina para amar y querer sin diferencia de dichos verbos, sin ser en lo más mínimo coqueta e intensa; y esto es precisamente lo que cuesta trabajo discernir a una mujer actual que se debate entre ser o parecer bella o interesante.
Apreté los labios y la miré de reojo, porque así es mejor que precipitar la atención que podría golpear el rostro y no volverlo al mismo sitio, y porque el perfil de una cara afilada proyecta más estética en el semblante de un hombre que tiene prospectos de pronto volcar su atención sobre un cuerpo femenino que no le presta mayor cuidado su acompañante.

Ocurrió en la estación Olímpica cuando se abrieron y cerraron las puertas con un agudo pitido. Volví en completa la mirada y nuestras pupilas se flecharon. Yo, que había observado el jugueteo de aquellas quebradas pestañas yendo de un lado a otro por la ventanilla, como si fotografiara las ruedas de cada vehículo, me estremecía al sentir su mirada penetrada en mí, y yo reflejado en sus pupilas azules, el alimento más encantador que este corazón de solitario, de calle y deseoso de estrechar un brazo, pueda haber concebido en uno de sus tantos sueños.

Todo fue y pasó tan rápido. Sus ojos escaparon, raudas partículas que juguetean a perseguirse en el aire, pero que pronto la relatividad y el caos de la consecuencia confronta para detonar en definitivo, así su mirada tornó con más fuerza sobre mí, la fugacidad de Ítaca que de mis ojos se había apoderado con el embrujo que puedan propiciar unas pestañas, quebradas, quebradas.

En tanto ocurrió, la subida hasta las nubes de haberme flechado a primera vista, la más pronta caída a la tierra del desencanto. Sus pupilas azules volvieron otra vez a la carga, pero en ese preciso sentí el cumplido de un vecino que sentado a mi lado izquierdo viajaba en la mirada y atención de ella, y después de un momento constaté la comunicación risueña de ambas partes con un entrecerrar de ojos, se coqueteaban.
Así, por ende, este corazón no tenía ni la más remota palpitación a considerar la ilusión y los flechazos a primera vista como su único recurso, en tanto giré la cabeza a mi afortunado vecino de lado izquierdo. Era joven y con un toque de madurez al vestir y comportarse, cabello castaño y ojos grandes, de mirada profunda y un poco dura, que expresaban inconfundible aprobación.

– ¡Que oso, conmigo! –me lamenté–; ¡ay de mí si vuelvo alguna vez más a repetirlo! Estos tipos se conocen y no hace poco tiempo.

Y en efecto, después de llegar a la estación Netzahualcóyotl, mi vecino de la izquierda, que no había vuelto a apartar los ojos de ella, los fijó en las puertas que se abrían. Ella, la espalda recargada en el asiento, y en el bullicio que hacía la gente al salir; no levantaba menor indicio en su acompañante que iba con la barbilla contra el pecho, y seguramente cerrando los ojos.

Se miraban fijamente, atravesando cuerpos que en ratos se ponían entre ellos, aislados del ruido que pueda concebirse en los rieles ante una lluvia desbordante y el tráfico que afuera aumente según la expectativa del domingo.

Durante las últimas estaciones mi vecino a lado izquierdo no volvió el perfil ni la mirada hacia ella. Pero antes de llegar a la penúltima estación, salió por la puerta de enfrente. Miré a mi derecha, y ella también se había ido por la puerta lateral, dejando a su acompañante dormido y con bolsa de mano al regazo…

–Hasta aquí llegó todo –me dije entre dientes–. Él se fue. Ella desapareció y me he quedado solo con este hombre, y sólo falta una estación.

Coyotes



Voy trepado en la burra de mi abuelo, a cada rato escucho el aullido de coyote rebotando en la barranca. Ayer no pude dormir de puro temblar de miedo, mientras trataba de pegar el ojo imaginaba que los ruidos del corral eran manadas de coyotes devorándose a los animales. Todo acabó en un miedo nada más. Mi abuelo dice que soy muy miedoso, dice, te acojonas igual que tu padre. Aunque yo sé que él igual no puede dormir, cuando aúllan los coyotes. Es por eso que ahorita andamos iluminando alrededor del rancho para que no se acerquen esos animales por aquí; ellos les tienen miedo al fuego que hace mi abuelo con la leña que acarrea del monte en las mañanas de lluvia o rocío. Es una leña húmeda que saca chispas y hace crepitar hasta a los mosquitos que se le acercan, es por eso que los coyotes escuchan ruido y se alejan, aunque esos animales son inteligentes, nada más andan viendo meterse en los corrales.

Los coyotes son pardos como un perro revolcado, algunos son flacos y otros bien gordos. Yo los he visto sólo al otro día, cuando mi tata los quema después de haberle sonado un tiro en la noche. Dice que sus ojos son brillantes como los de un cocodrilo. Yo nunca he visto nada de ojos brillantes. Pero mi abuelo ha viajado mucho y me cuenta. Los ojos de mi abuelo han visto mucho. A veces se ríe de los coyotes, cuando bien difuntos, los quema en el fogón que dejó mi abuela después de morirse. Se queda tirado en su poltrona vieja y con la escopeta bien cebadita. Los espera fumando su pipa; llenándola y volviéndola a vaciar al aire, me dice, vete a dormir que ahora yo te cuidaré.

Pero yo no puedo dormir, cuando mi abuelo está afuera esperando a una manada de animales que comen carne y no distinguen si es hombre o animal. Es por eso que cuando termine de poner fogatas, no voy a dejar sólo a mi tata. Esta noche seguro y me escondo bajo el tejaván del guardaganado y veré a mi abuelo matar coyotes, tengo que saber si puede quitárseme el miedo, viéndolos de frente como lo hace mi abuelo; él me cuida después de muertos mis padres. Él no quiere que lo deje sólo, pero a todo esto, yo sé que un día he de irme, ya estoy fuerte y alto, ayer cumplí ocho…
Filiberto se fue a la ciudad y trajo cosas que no hay por aquí. Llegó en una camioneta alta llena de muebles. Pero Filiberto me dijo que todo se lo ha ganado trabajando, yo le creo y quiero seguirle. Pero a dónde dejo a mi abuelo con estos coyotes merodeándolo para dormirlo, es por eso que me he decidido a perder el miedo e irme a buscar su madriguera en el monte para matarlos a todos y demostrarle a mi abuelo que no soy miedoso como mi padre.

Yo quiero ayudarle a ganar dinero a mi abuelo; él vive del campo, de la cosecha y sus animales. Lo poco que me ha enseñado a criar y levantar la semilla lo he aprendido bien. Es por eso que soy obediente y trato hasta lo imposible de decirle que seré siempre obediente, pero luego aúllan los coyotes y tengo miedo de perderlo. Esta noche de aullidos me voy a matar coyotes, yo sólo con una lumbre de ocote, mientras mi abuelo duerme, porque ya lo veo dormitando y ni la burra escuchó salir del corral grande.

Soledad sin pausas, soledad con comas





Creo que a nadie le importa lo que hago en vacaciones de diciembre, ni una invitación o correspondencia, el teléfono está muerto, a veces creo que la universidad es el lugar más obscuro y aburrido, pero rasco, hurgo en mi interior y creo que no es verdad, me he vuelto gris y aburrido, me encierro diario como caracol y me aburro como una ostra en el ancho mar, no sé qué pasa conmigo, siempre tirado en la cama, ya casi no leo ni escribo y cuando hay una fiesta cerca de la casa me duermo temprano, no hay duda que el limón hace gestos conmigo, no sé qué me pasa, nadie me dice que soy aburrido, pero no necesito que me lo digan, ya me di cuenta de lo que soy, un vil hombre atado a su almohada, que se llena de sueños y tal vez despierte, cuando el tiempo traiga funestos presentes, que no me despierten que quiero seguir soñando, que no me digan que en sueños existen la felicidad absoluta, porque no les creo, no la he visto, será que por eso estoy así y otros ya la han conocido, por qué no me dicen, qué pasa en este mundo globalizado, hoy nadie guarda secretos, díganme, cómo funciona el mundo, díganme, que ya no puedo, no he visto nada en los libros, ni en los sitios de inteligencia secreta, en mis familiares y amigos, no me salgan con su cuento, no he visto la vida real, ni la de los cuentos, no abusen de lo que no sé, no he visto a papá perfumado antes de morir, no he visto la corona de flores inmortales que presumen los poetas, no he visto vencer al tiempo, no he visto a nadie sufrir en las empresas de amor, todos son felices, no los he visto atados a su almohada llorando por no descubrir la realidad de sus sueños, qué me pasa, por qué no puedo sentirme de otra forma, como una piedra, un sacapuntas, una mesa, un teclado o algo así, no siento nada, no estaré muerto, pero por qué me miro así, qué tengo, ya no quiero irme, no quiero pensar, no quiero teclear nada más, nada, por qué todos son felices en la nada, cómo lo han hecho, quién se lo dijo, cómo lo saben, ustedes no sufren, no los he visto sufrir en las empresas de amor, no he visto a nadie entablar una amistad intima con la muerte, no he visto héroes de los que mamá relata en sus cuentos a mi sobrino Leonardo, no los he visto con su piel de pantera, su máscara de contento, su capa o su espada, no los he visto ni en los sueños ni brincar en los edificios, ni he visto a los villanos, su alma de crueles serpientes, riendo con su súper ego, mordiendo su freno dorado, no es verdad lo que cuenta el abuelo, no es verdad que existen caballos pegasos en los cuentos; cruzando el cántico del mar, o arañas brincando los edificios, no es verdad lo que cuentan mis compañeros y amigos, al menos no lo he visto, ni lo conozco, ni lo he conocido o a la mujer o al vino más atractivo de la tierra, el oro de los cabellos de las sirenas o la cara blanca de la ninfa y rubia como una espiga, el oro del sol, el oro de las monedas, el oro de la seda, el oro del oro, no he conocido a la mujer como una risa, con sus mejillas entintadas de mil rosas, con sus cejas hacia las sienes, fina como el amor, fina como las cortinas púrpuras de seda de mamá, como la finísima pulpa néctares de amor de mis vecinos, no he conocido el amor, sólo lo veo escrito y escucho del poeta azul como algo muy fino, como el agua diamantina y sonora, como las gotas de cristal que te calan el corazón, pero no sé si lo he sentido, hace mucho tiempo que lo quemé en unas cartas, se fue el amor, se marchó lejos del cajón de mis recuerdos, atiborrado de tareas, un escape más de mis sentimientos amargos, un hombre más muerto para México, solo entre la muchedumbre, más muerto que mi lengua enmudecida, que mi frío pecho de acero, más muerto que este corazón a una tinta, ya no quiero esta vida arbitro de mi existencia, no me importan las vacaciones de diciembre, ni lo que haré con ellas, no me importa el dos mil nueve, no me importa si el teléfono igual se ha muerto, no me importa qué carajos harás con mi cadáver, si lo entregas a la facultad de medicina o a una universidad gringa o al viento, no quiero verlo, qué diablos si me arreglas cuando me muera de traje o peinado con garra al aire, qué carajos quiero ver mi cruz grabada con la fecha relativa de diciembre dos mil ocho o por el ruido violador del silencio, sólo que me trueques mi suerte, mi olvidada suerte y saber si existió, mi suerte canija en algún lugar deben haberla visto.

Sin tìtulo




¿Y qué voy a contarles? No sé, tal vez mañana. ¿Y qué voy a hacer mañana domingo? ¿Salir a correr?, ¿leer un libro?, ¿preparar la cámara de video para el Bicentenario? Realmente no tengo planes. No quiero hacer mucho. Si se trata de reflexionar, ya lo hice. A veces la soledad y estar cavilando ideas me enferma, porque ningunos de mis planes concluyen. Quisiera salir a jugar en las tardes, a botar el balón en las tardes, pero últimamente hace un sol del demonio. Escribir ya me aburrió, no tengo nada que contarles, por ahora sólo quiero plantarme en Reforma y admirar el tan vitoreado desfile. Es una lástima que ya no me sirva la intimidad conmigo mismo, la televisión me aburre, cuando la enciendo y después de dos o tres horas de verla, la apago, quedo igual de simple… Pero ahora ha sonado el teléfono y parece que en unos minutos vendrá mi hermana, voy a desempolvar la cámara de video, y seguro hasta aquí dejo esto, porque mañana tal vez y me levante con unos ojos menos rojos que los que ahora tengo, y con ganas de algo mejor que contarles.

¿Y qué voy a contarles hoy domingo? Ya sé, tal vez les invente un cuento en donde estallan granadas de fragmentación en pleno zócalo cuando Calderón esté dando los Viva México. No. No, eso suena igual que las noticias que indigestan día a día el televisor. Voy a escribir del secuestro de Cevallos, ¿o de la Revista que me publica en Tabasco, toda inundada? No, ya sé, voy a escribir algo sobre la descalabrada que puede sufrir un paracaidista al aterrizar en pleno zócalo y ante la mirada del espurio. ¡Déjate de pendejadas, Israel, y sólo escribe! Escribe de algo actual, algo en que te sientas competente, ¿en nada? ¡Qué va, dicen que eres tan marginal tan corriente! Escribe de tus conocidos pero sin lastimarlos. No. Mejor escribe de tus desconocidos, pero populares por otros; escribe sobre el sicario que apodaron la Barbie, ¿o de tus ojos rojos? Ah, ya sé, ¿del puto que te la agarró en la Sogem? ¡Qué poca madre, sigo sin tema que me inspire!, de plano de que me sirve la carrera de periodismo si no puedo ser ni escritor. ¡Ay de mí! no sé, sigo sin ganas, sinceramente hoy no escribo.

Mejor voy a recontarles la historia de Rosario, la historia que modificó mi vida, me subió a la cima y me dejó caer al suelo, al mismo suelo en que ahora me encuentro todo deshilachado del corazón. Y creo empieza algo así… La vida de Rosario trascurría pensando en que primeramente Dios se casaría, mientras tanto gozaba de tres privilegios que hoy cualquier mujer anhelaría: una preparación académica envidiable, un trabajo propio y por ende el respeto y admiración del público. Pero para ella nada significaban esas tres distinciones tan bien vistas actualmente, sino que las tomaba como normales en su vida tan llena de aplausos y tristes melodías.
La madrugada de ayer no había dormido muy bien pensando en su soltería. Hoy primero de diciembre se había levando con la idea de que se iba a casar. Se detuvo junto al balcón y dejó su libro de finanzas personales a lado de un jarrón de orquídeas sintéticas que un desconocido llamado Valentín, hace años le había obsequiado por correspondencia, precisamente un catorce de febrero de un año que no me viene ahorita a la mente para actualizarte mejor mi querido lector, pero seguro y existió el hombre o al menos la intención para con Rosario. Ok, sigo…

Todos le decían Chío y a ella le gustaba. A veces también le encantaba filosofar en la abstracción fonética de esas cuatro letras. Con indiferencia escuchaba pasar la campana que anunciaba la recolección de basura; un oloroso camión que ensordecía el ambiente con gastadas canciones navideñas. Pero eso sí, Rosario apreciaba el fresco sol de diciembre, bañarle el blanco rostro y el cabello rojizo con la nostalgia de quien se siente extrañamente realizada. Segundos y sintió una delicada caricia en ambas piernas, giró su bien formando cuerpo y miró a su gato alzarle la cola y pegarse más a ella.

– ¿Me extrañaras, querido? –se dijo, si bien cuidando sus monólogos y algo extrañada ella misma se contestó.
– ¡No, Napoleón, tú siempre fuiste mi preferido! –esbozó una sonrisa al mismo tiempo que alzaba en brazos al pequeño gatito pardo y luego, acunándolo como un hijo; le cantó alguna tonadita que bien recuerdo de un amplio repertorio del grillito cantor; Francisco Gabilondo Soler.

Rosario le había puesto Napoleón por nombre al gato, además, le servía de lo mejor en su escudilla. Pero como Napoleón esa vez no comió, sino que salió al menor maullido en la azotea hecho por otro miau escurridizo. Pensó Rosario en vestirse y dejar de observar por su balcón la melancólica comitiva que se dirigía con pasos tristes y cansados al cementerio, cargando un fardo de nostalgias y soledades que se sentía hasta en el aire.

Diez minutos después, la mujer salió de su departamento sin probar bocado ni jugo de naranja al menos. No fue a dar clase a la universidad ni a presentar su nuevo proyecto financiero ni mucho menos al desayuno con el rector Narro Robles, sólo pasó al cajero para comprarse su vestido de novia, el más blanco, el más almidonado que había visto. Mientras regresaba con bolsas y cajas dentro de su nuevo auto rojo, la gente del edificio la observaba extrañada y la juzgaba de acelerada; los más curiosos le preguntaron directamente al ver sacar una crinolina amplia y subirla con dificultad por las estrechas escaleras.

– ¿Tiene usted fiesta, señorita Chío? –y ella con una amplia sonrisa les respondía–: No, pero me voy a inventar alguna, ya verá después la fama del edificio que hasta en cuentos, periódicos y revistas se escriba.

Los inquilinos creyeron entonces, que la seguridad de todos estaba en peligro. Decidieron poner al tanto al dueño del inmueble que, cuando se enteró este regiomontano de lo ocurrido; se le saltaron los ojos quedándosele así por los últimos días de ese año, porque después aceptó ir al médico e inyectarse penicilina en la caída papada que tenía, y hacerse uno que otro arreglito cosmético, para finalmente darle eso de remodelar todo el edificio, ahora de color de rosa y cuestionable reputación.

Al quedar de nuevo sola y en silencio, Rosario dejó las bolsas sobre la cama con dosel pintado de color azul, y empezó a regar por todos lados del departamento las hojas de su grueso diario y algunos cuentos inconclusos que nunca terminó, o al menos no quiso ponerles un final entre trágico y romántico, como solía siempre hacerlo; en cambio, se puso a tararear una tonadita divertida y desempacó el vestido de novia, se puso aretes, anillo y collares, y enseguida sin ningún recato, quemó: sus títulos, doctorados honoris causa, condecoraciones, diplomas y demás papeles firmados.

Napoleón maullaba de angustia al ver que esa tarde su compañera no era la misma de siempre y decidió salir a llorar a las puertas de los inquilinos para evitar lo que intuía en su instinto felino.

Los vecinos alarmados por los maullidos desgarradores que expresaba Napoleón, decidieron llamar a la nueva policía capitalina que el jefe delegacional había puesto en el pedestal del Bicentenario. En aproximadamente treinta minutos después, aparecieron dos gendarmes gordos, bigotones y chaparros, con su acostumbrada gorrita azul y macana respectiva. Aunque, todavía el dueño del inmueble no se presentaba a parlotear con su colgada papada el reglamento de condominios y convivencias, y demás diplomacias ridículas como absurdas; el edificio ya estaba rodeado por inquilinos y curiosos que pasaban de largo por el sitio de estacionamiento donde esperaban dos patrullas con las torretas encendidas.

La señorita Rosario, ante el bullicio que afuera aumentaba, se acomodó el reluciente prendedor en el teñido cabello. Alisó el vestido blanco y sujetó su ramo de flores azules en ambas manos. A continuación, caminó como muñequita alemana hacia la cocina, tomó discretamente un pequeño cuchillo, para ensartárselo al gato una y otra vez. Un policía moreno entró en la cocina, y algunos vecinos se pusieron alerta escuchando y viendo por el quicio de una puerta entreabierta.

– ¡Deje el cuchillo sobre la mesa y ponga las manos en alto, señorita! –gritó a voz en cuello el oficial del orden que alzaba presuroso la tremenda macana negra.
El gato pardo movió por última vez su cola, al escuchar caer el cuchillo junto al chorro de sangre que cubría ya gran parte del mosaico azul.

– ¡Le dije que ponga las manos en alto! ¡Y no camine nada, señora! ¡Es una orden que le digo yo! –expresó rotundamente el policía, pero ella ni se inmutó tantito más bien como que le dio una disimulada risa. Y, a paso lento y tranquilo, diría yo estudiado; salió de la cocinilla para entrar a su cuarto adornado de pegatinas las paredes, dejando el rastro que pronto seguiría el oficial, temeroso de sí mismo como del suelo que dudaba pisar.

– ¿Me extrañaras, querido? –fue lo último que articuló ella y se aventó por el balcón, cayendo sobre su carro rojo para cubrirlo de sangre.
Los inquilinos del edificio se tranquilizaron, un policía sujetó su macana negra al pantalón color plomizo, y la gente curiosa que merodeaba todavía por allí; pudieron respirar cuando Rosario se levantó del cofre del carro, y dijo inquiriendo con su anillado dedo índice a cuanto la miraba:

–Quiero; pero, realmente quiero, que cuando me case me hagan todo lo que se hace en un funeral y…, si no muero dentro de unos años, que me entierren viva vestida de blanco, esa será mi última voluntad que ustedes deben acatar ¿Entendido, queridos presentes?

Y sin más palabras que decir, se volvió a la entrada del edificio. Subió por el elevador que la depositó en el piso hoy más exaltado por la prensa amarillista; la precisa entrada de su departamento en donde la esperaba un gato pardo, parecido a Napoleón, pero que luego, salió corriendo con movimientos de pantera cuanto la vio; brincó a la azotea, se perdió en un espantoso maullido de terror.

En los días siguientes, para ser preciso el último día de diciembre, Rosario se fue a vivir a otro edificio más alto, bonito y discreto; alejado del cementerio español, y demás rezagadas luces navideñas, cerca de una iglesia evangelista. Se consiguió a otro gato menos pardo pero igual de tragón, publicó un libro de cuentos inconclusos, hizo nuevas amistades que gustaban del arte y la filosofía, se ganó envidiables reconocimientos entre ellos el esperado honoris causa por la UNAM, y siguió su vida pensando en que algún primero de diciembre se casaría.

El primo Valentín



Sucede que hay pocas cosas más peligrosas que encontrar en la Merced a una bonita mujer infectada. Si de primera vista darse cuenta es menor la posibilidad, de noche en el cuarto todo es carne, silencio y deseo como también imposible, el contagio no tiene retroceso y la sangre ya fluyó.

Estas mujeres infectadas por equis o ye razón trabajan encumbradas en su culpa a favor de la casualidad y del destino, si tienen la autoestima de aún salir adelante. Caminan las aceras, cruzan semáforos y avenidas, coqueteando al capricho con todo conductor que las mire.

No pocos amigos míos que han conocido la ampicilina en forma precisa y controlada, han tropezado por su camino con estas mujeres bonitas que portan la desgracia desapercibida, y mueven el mundo con una miradita. El peligro está latente con condón o sin condón. Por desgracia, algunos virus pasan inadvertidos pero están siempre esperando el arribo de hacerse presentes.

Las putas se clavan en su sitio, por fin, sobre la avenida Corregidora o callecitas estrechas de la Merced, se pliegan la falda, la faldita, cuando algún peatón se acerca; pasa así el tiempo como el niño y adulto, hasta que de pronto el peligro pluraliza su nombre. La puta ha conseguido cliente y va al hotel para servirle. Otra mujer llega con caminar tranquilo y cadencioso como volando sobre sus tacones, y se planta en el mismo sitio, adrede.

La causa principal de que estas mujeres se infecten ha sido el sexo oral que deja correr el monstruo silencioso a la deriva de hombres y mujeres. Aunque existen otras causas particulares entre las que se puede incluir las de mi primo Valentín; el año pasado en fiestas de diciembre que estuvo en cama, pudriéndose. Cerró su cuarto bajo llave y se postró a la muerte. Al no tener repuesta al llamado de la puerta en dos días, mi tío Samuel con su cuerpo tamaño torote la derribó para encontrarse con un esqueleto de apenas carne y piel cubriéndole los huesos a mi primito querido, que ya no era un príncipe sino sólo un hombre desterrado de sí mismo. En seis horas le pasó lo mismo a su novia Clarín y a la cocinera Raquel, el salpullido y enrojecimiento con pus era una constante por teléfono.

En la casa no hubo nadie. Toda mi familia se trepó a los carros y esperaban en la clínica. El pavo se quedó en el plato, mirándome anonadado. Una vela roja se derretía todavía enfrente de mis narices, como si me hiciera una advertencia antes de decidirme a acudir a esa casa de citas que concurría a darme vueltas en la cabeza, más en las noches.

Mi familia entraba, todos regresaban silenciosos como aplastados, derretidos. No hubo duda mi primo estuvo a punto de morir por una mujer que le contagió una enfermedad venérea. Pero ¿Por qué? ¿Por qué esas mujeres hasta sonríen y trabajan como si nada les pasara? Iré a verlas a la Merced para que me lo cuenten como mejor se den a entender… y a una chica en especial que ya he visto bien, le diré: Putita de la Merced/ putita a mi merced/ tus labios colorados/ de verlos me dio sed/ putita de la Merced/ de verlos me dio sed/ de minifalda tus piernas/ putita de la Merced/ lisas para mis manos/ puestas a mi merced/ puestas a mi merced/ puestas a mi merced/ putita de la Merced/ tu espalda enamorada/ putita a mi merced/ donde cultivar mis besos/ dónde cultivar mis besos/ con sólo una mirada/ putita de la Merced/ sales al paso del interés/ putita de la Merced/ haciendo volar tus pies/ haciendo volar tus pies/ putita a mi merced/ te pago con este diez/ y hace volar, como es/ el amor en la Merced.

Alejandra




Y QUÉ VOY A DECIRTE HOY EN TU CUMPLEAÑOS, que eres una niña bien linda, una mujer bien parecida. Parece que fue ayer cuando estuve en tus quince, ¿recuerdas? Tú siempre tan linda, linda conmigo, linda contigo, linda con todos.

Te cuento que me siento dichoso al conocerte, al contar con tu amistad y tu cariño, y aunque a veces duramos mucho tiempo para vernos, es un hecho en que seguimos queriéndonos como siempre nos hemos querido. A mí me encantaría estar más tiempo contigo, quererte, abrazarte, contarte todos mis secretos, pero tenemos sólo minutos y la dicha del momento.

¿Recuerdas la tarde en que nos conocimos? Yo un chaval, tú una niña linda que idolatraba a Memo Ochoa; aunque hoy como mujer lo sigues queriendo. Aún recuerdo esos juegos de pelota, esos chistoretes a veces sin sentido. ¡Ah, niña linda! ¡Qué tiempos idos!

Qué bien, que aunque lejos nuestra amistad ha sobrevivido; qué bien, que aunque distantes nos hemos querido. Yo clavado en mis proyectos, y tú con tus novios, tus pretendientes, tus ilusiones y sueños.

Sinceramente como tú has sabido no soy tan ducho en esas cosas de amor, pero espero y te hayan servido algunos de mis consejos. Recuerda que el mejor amor que puedas tener, es el príncipe azul que te respete y vea el mismo horizonte donde tus sueños.Tienes mucho que vivir y aún hay tiempo. Estudia, baila, canta, ama, has cuanto puedas para no estancarte en la vida ordinaria. Conoce, aprende, cuídate, y sigue soñando en lo que más te ilusione, nunca claudiques y ten fe en tus esfuerzos, pues, siempre habrá alguien allá arriba o abajo que te premie tus éxitos y tropiezos.

Bueno, chica bonita, tú como mujer y guerrera sabrás todas las recetas que hay que preparar para tener éxito, yo sólo soy el portavoz de algún rinconcito de tu inconsciencia. Mira que tú para mí eres una gran pequeña, una mujer linda con cualidades y defectos. Pero hoy en tu cumpleaños no voy a ponerme a enumerarlos y a ser extensivo, sólo quisiera regalarte todo mi cariño en este papel impreso. Cuídate y ya sabes que cuentas con todo y en todo conmigo. Pásala bien y te dejo para siempre un beso, mi mujer y niña al mismo tiempo, TE QUIERO.