31 dic 2010

Calpulalpan, Tlaxcala



Ahora sí mi estimado, Chino, voy a contarte lo que hice allá en nuestras lejanas tierras de Calpulalpan, Tlaxcala. Como he prometido contarte todo, voy a resumir en dos pares de cosas: unas buenas y otras malas. Así pues, las buenas son que sí me fui a Calpulalpan el viernes por la noche, y regresé sano y salvo el lunes por la tarde, pegándole el ojo a la noche; además de, enamoriscado de una chica gemelita y de cara bonita, que antes de partir de Tlaxcala había conocido, te estoy hablando de casi cinco o seis años atrás, los mismos en que he estado en México. Bueno, a merito de la brevedad que trataré en lo posible, voy a hacerte de conocimiento el otro par de noticias, pero éstas no tan buenas, son que: primera, no encontré a ni uno de nuestros contactos de la prepa. Los amigos han sido tragados por la tierra, bueno al menos este fin de semana se me han desaparecido; y la otra mala es que perdí un reloj de unos miles de pesos que me había hecho presente y con moñito, mi hermana en mi graduación. Total, iré a referirte en cómo llegué a Calpulalpan, y en cómo la encontré, porque tú allá en tierras americanas ni te has de acordar del olor de su tierra convertida en lodo después de una lluvia caprichosa de enero. Bueno, pues el viernes en la tarde salí rumbo para Tlaxcala, no sin antes ducharme y rasurar mis barbas del día. Iba irritado de la cara, pero arrastrando tras de mi espalda; una mochila rechoncha llena de pertenencias, y mi incondicional cámara de video. Compré paquetes de galletas en el supermercado. Abordé el Metro. Adquirí en taquilla de la Tapo mi boleto y, me dispuse al recorrido de casi dos horas y media en el asiento número cuatro del autobús. Procuré colocar bien mi equipaje y minimizar el aire acondicionado para evitar la carraspera que se me avecinaba. Puse atención en la película ficción, mientras el vaivén del autobús hacía mover mi cabeza a trompicones y mareos. Total, creía en los viajes relámpagos, pero aquel recorrido superaba en tiempo y forma mi concepto, pues llegué a Calpulalpan en poco tiempo, bueno al menos a mí se me pasó leve y ligero el rodar de las ruedas sobre el asfalto. Has de recordar mi estimado, Chino, que en Calpulalpan existe una enorme asta bandera, pues sí, sigue existiendo a lado de la gasolinera. En tanto que, antes de bajarme del autobús, envié algunos mensajes para acordar mi arribo con un amigo y compadre que, para este asunto le autonombraré, como yo bien y él lo sabe, nos hemos conocido, así pues le digo: El Bambino. Ocurrió que, después de una larga espera, has de recordar la estatua que mal llamaran y llaman aún; La estatua del Chavo del Ocho, pues sí, allí llegó mi amigo, El Bambino. Nos fuimos a su casa, porque cabe decir que la boda fue en Tlaxcala, Tlaxcala. Así pues, no había nadie en su casa, todos estaban lejos, organizando todo preparativo para festejar a la hermana de mi cuate, El Bambino, que bien se llama Liliana. Total, llegó mi compa, venía con su primo Elivorio, mejor conocido como Boyo, que para mi palabra y mi fe, te he de dar a conocer es un chico trabajador, pero valemadres en ocasiones, no tiene suerte para enamorar chicas, pero en los bailes has de ver como las mueve. Total, venían jalando una bicicleta de carreras, digo venían jalando, porque una rueda, precisamente la trasera no le funcionaba. Total, entre saludos, gritos, empujones y buena lid, llegamos a la calle cerrada que has de recordar está bajando del CBTis, nuestro CBTis; ya tan cambiado, tanto de generaciones como de instalaciones y tantos aditamentos. Total, abrimos zaguán, botamos regalos, y encendimos tele. Llegaron otros dos primos de mi cuate, El Bambino, así pues, fuimos cinco los que observamos cantar y concursar a las quinceañeras en un canal especial de la tele. Reímos, criticamos y nos repartimos los nombres de las chicas que concursaban en una fiesta de quince años, yo me quedé con la conductora que hacía más de hermosura en el televisor. Se calentaron los ánimos que ya nos estábamos discutiendo el culo proyectado en la caja idiota; todo en juego, aclaro, que hasta sacamos la cámara de video para filmar nuestros mejores zapes. Tú has de saber mi estimado, Chino que, los chicos de acá son buena lid y no se encabronan hasta romper madres y desconocer a los amigos, así pues ya nos estábamos dando dos contra dos y el otro filmando todo nuestro desbarajuste: que ya nos aventábamos cojines y le dábamos a los cuadros, que ya nos amagábamos cerca de la cantina, casi derribando a tantos santos y virgencitas había en un aparador y otro allá cerca del refri. Total, botamos jarra con agua; rompimos CD´S; estropeamos regalos; desenfundamos cojines y sillones; nos revolcamos en el suelo contando: un, dos, tres. Has de saber que todavía traigo adolorido el cuello. Total, después de dos o tres intentos lograron amagarme, hasta mi calzoncito puteril, quedó roto al hacerme calzón chino, has de saber a qué me refiero; si tú lo practicaban tanto en el CBTis, ¿no es así? Total, nos la pasamos a toda eme. Llegó el momento de recoger tanto galletas, destrozos y charcos de agua que se hicieron en el centro del lío. Finalmente, observamos nuestro desmadre en la cámara de video. Uno reía y el otro adolorido se quejaba, otro sudaba y el otro más sostenía la de video. Así nos cayó la noche, todos apestosos y viendo la hora en el celular, acordamos la partida exacta a Tlaxcala. Nos levantaríamos a colocar la corona de flores blancas y centro amarillo en el zaguán de la casa. Nos bañaríamos y arreglaríamos los regalos que salieron aplastados en nuestra batalla campal. Total, después de estrechar manos, salieron los primos de mi compa. Me lavé los dientes y jalé mis cosas para dormir. Mi compa, El Bambino, me invitó a quedarme con él en una cama algo apestosita a orines, pero ofrecida con mucha hospitalidad y cariño. Recuerdo, platicamos algunas cosas de Calpulalpan y sus mujeres, observamos videos y fotos en celulares, hasta que el sueño nos atrapó… El ruido de un huitlacoche picoteando la ventana…. Al otro día, sábado, te soy preciso, nos levantamos; mi cuate apuro el paso con su primo que ya estaba en la puerta: colocaron la corona, dieron de comer a los animales, y le atizaron a un bote lleno de agua para bañarnos en el siguiente orden. Primero yo, que como princesita apenas había endulzado algunas tazas con té, y preparado mi atuendo; camisita a rayas moradas y pantaloncito negro y de vestir, zapatos que allí mismo engrasaba. Total, el segundo era el primo Elivorio, que con flojera postergaba su manita de gato; yo no, pues en poco tiempo ya estaba calzándome zapatitos bien lustrados, y engominándome el pelo. Mi cuate, El Bambino, fue el último en terminar de arreglarse, y por consecuencia el último en engullir galletitas y taza con té. Él iba con un chaleco negro y una camisa a rayas moradas, parecida a la mía. Hacía frío, pero tratamos de organizar todo: que la batería de la videocámara, que los anillos y monedas, que los regalos, que las llaves, que el dinero; total, hasta la comida de pollos, perros y tantos animales tiene mi amigo y compadre, nos la arreglamos para dejar bien concluida. Para no hacértela más larga mi estimado, Chino, estoy por concluir mi anécdota que te había prometido (ya te veo cansado, y pensando en que te albureo, pero no, SIENTATE). Salimos de la casa, no sin antes atorar la puerta con su debida tranca y salir por un camino ajeno. Ahora bien, los cinco, incluyéndome, compramos boletos, y fuimos los primeros en alojar el autobús y el asiento que quisiéramos. Todos íbamos cerca. El Boyo escuchando sus cumbias. Los hermanos clavados en la película de espadachines que el chofer había puesto; yo preferí alternar la mirada ante las bellezas exuberantes que se proyectaban en el televisor, y las mujeres calpulalpenses que caminaban sobre las aceras y el andador. Has de recordar mi estimado, Chino, en cómo dejaste Calpulalpan, bueno, pues ya dio todo un cambio; ya tiene quiosco, la Presidencia se ha pintado de amarillo, han colocado parquímetros, han adoquinado la avenida principal, han cambiado la estación de bomberos, policías y hoteles. Bueno, Calpulalpan es otro que, de seguro te recordara mucho cuando regreses. Total, pues salimos de Calpulalpan con rumbo a Tlaxcala, nos fuimos en autopista y llegamos en breve. La Capital, también es otra, nos bajamos del autobús para abordar luego una combi. Recuerdo una mujercita con cara de ejecutiva, me echaba el ojo, y yo conocedor del flirteo capitalino, lo sabía y allí salían a la luz mis técnicas de ligue y reojo. Total, pagamos y el chofer nos dejó en la Iglesia de San Juan. Bonito el lugar de San Juan, hasta tú lo has de conocer; sino pues, allí hacen una feria, dicen muy bonita; aunque cuando llegamos los juegos mecánicos estaban apagados. Total, repechamos poco a poco la lomita, íbamos estrechando la distancia con peldaños grandes y pequeños, pero ambos sofocantes. Hacía un calor de fuego, pero de fuego como de peregrino apostando sus plegarias a la montaña que coronada con su iglesia daba la absolución de todo pecado. Para no hacértela más larga, y ya te veo riendo de albur… Te cuento que allí estaba la novia, estaba en la justa entrada de la iglesia; Manuelito el sobrino de seis años, sobrino de mi compa, le agarraba la cola del vestido de novia. Llegamos algo sofocados. Alguien por allí encendió la cámara de video, pero yo llegué saludando a mis padrinos, a la novia que agradecida me apretó de la mano, y me dijo algunas palabras gratificantes. El Padre estaba dispuesto al arribo de los papás y padrinos de los novios, con su traje de Padre y su atuendo que lo cercioraba para oficializar la unión de los prometidos; esperaba y esperaba, hasta que estuvieron presentes todos. Hubo una formación de personas que se sentarían cerca del altar con los novios. Entró el mariachi. Se abrieron los micrófonos y se dio pie a la misa con la voz, la biblia y la reflexión del Padre. Yo estaba a la mitad casi del butaquerío y la gente. Y precisamente, a la mitad de la misa me hice del poder de la filmación del evento. Cuando el Padre ya estaba oficializando la unión que, me paso atrás de él para dejar permanecía del acto. Hacía paneos completos, nunca zoom, pero sí paneos que incluían al Padre, a los novios, a los invitados, al mariachi, altares y tantos santos y adoratorios. Me sentí único e indispensable ante la mirada de una cuantía de niños, señoras y señores; además, de algunas primas de mi cuate que ya me estaban echando el ojo. Vieras que diferente son las mujeres de provincia a las chicuelas de la ciudad, y demás suburbios. Pero a lo que me truje (por qué ríes, ah ya), diremos que los papás de los novios dieron su visto bueno y el Padre su bendición. Se hizo la fila para tomar la ostia y perdonar tantos pecados, no sé si tuvieron confesión, pero la misa concluyó al jolgorio de mariachis y tantos confetis y arroces les tirábamos a los novios, que pobres tenían que cerrar los ojos y la boca y seguir bajando escalones. Se siguió filmando, yo corrí a apachurrar a la novia, deseándole abundancia y felicidad, y luego corrí con la banda a una camioneta que nos llevaría al lugar del festejo y el debraye. Mira que yo no soy achacoso, pero apenas y cupe en la cajuela de aquella americana negra: que ya se me clavaba una rodilla, que ya el frenado en mi riñoncito daba molestia con una moldura metálica. ¡Por aquí un palo de escoba, por allá un griterío de chamacos y clemencias de muchachas! Total, el arribo no estuvo muy lejos, era el lugar un ranchito con adobes revenidos y una lona amarilla que bien se veía a lo lejos. El pasto estaba quemado y listo para la fertilidad de algún cultivo que a bien se sospechaba iba a ser de nuevo: cebada. Alguien en la entrada había comenzado con el ritual del lugar; se había encendido una gran copa que quemaba ocote, o copal, qué sé yo; algo humeante muy lejano al incienso que ponía mi madre, y ahora pone mi hermana. Entre zanja y zanja fueron llegando los invitados en tantos vehículos del año y deportivos, como destartalados y en desuso existen. La novia estaba allí con su vestido blanco, me acerqué a ella para que me encargara a su chamaco como de dos o tres años. Total, qué iba a hacer yo, compadre, sólo abrir los brazos y recibirlo, tratando de convencerlo para que no llorara. Mira, mi estimado, Chino, tú has de saber, y lo digo por tu niño de cuatro años, lo que es un niño a punto de estallar en llanto con su trajecito de catrín que le da un aire entre cómico y tierno, finalmente un auxilio desesperado. Total, hice dos que tres contorciones con el chamaco en brazos, me fui a sentar junto a una mesa desocupada; siempre tratando de que el niño viera a su madre y no llorara. La dos en una; madre y novia, paseaba con su esposo y sus padres, trayendo consigo una corona de flores blancas en la cabeza y, la copa de copal abriéndoles el paso en cada cuarto del ranchito con olor a orines en el aire, y las higuerillas asomándose en los adobes por donde se les viera, todos verdes. El caso fue que terminó el ritual del paseo de aquella cruz hecha de flores blancas y toda esa gente siguiéndoles. Entregué al niño a alguien que bien le enseñó unas galletas y del suplicio infantil me deshice. En mi ayuda llegaron: mi amigo y acompañantes, grabando, grabando y grabando. Con ellos llegó una señora ofreciéndome el primer trago de la fiesta, y el tequila no se hizo esperar en mi vaso, ni en mi estómago. Pero no podía tomar más, porque el fuego intestinal se me hizo presente. Y allí venían los platos, los saleros, y las tortillas recién calientes; luego, el arroz; los mixiotes; los tlacoyos con salsa verde, queso y cilantro. A veces el alcohol te pide una cama de reposo interior. La comilona estuvo buena, y algunas chicas que tenía enfrente, observándome. Yo, como que me acomodé de perfil y allí estaban las gemelas; Mónica y Monce, bonitas como sólo ellas, primas de mi compadre, El Bambino. Comí sin tratar de forzar miradas, algunas que otras se me escaparon. Total, yo cuidaba el comer sin ensuciarme la camisa, pero los puños de la misma; alguno que otro rastro de mixiote se embadurnaron. ¡Nada de qué preocuparse! Busqué el refresco y terminé por llenarme. Mis cuates abrieron y cerraron la orden con dos o tres más platadas de tlacoyos recién sacados del aceite y engalanados con su quesito y cilantro. Un primor de comilona se hacía en todo el ranchito. La música del mariachi (loco), aloco y amenizó a su forma el ambiente, luego se fue y dejaron tomar parte al sonido. El sonidero es lo de ahora por esos rumbos, mi estimado, Chino. Bueno, pues la boda era un éxito, no faltó el papá del novio que fuese poeta y declamara versos de Amado Nervo. No faltaron las risas, las ganas de comer, de mancharse los dedos, la ropa y perder los modales. Has de saber que así se disfrutan mejor las fiestas de pueblo. Pero bueno, a lo que voy es a dejar la mesa y a decirte que me senté con toda la plebada de mis amigos y acompañantes. Las primas de mi cuate, El Bambino, estaban que se quedaban torcidas de verme. Pero bueno, salimos un poco al patio, lejos de música, y tanto sonido y platicas de comensales. El dialogo entre primos se tuvo que dar, mi cuate hasta se aplicaba, seguro con una prima suya, pero la gemelita Monce, no tenía madre, es muy bonita. Total, entre juegos y acercamientos que, mi compa me presenta a sus tres primas que eran hermanas ellas; todas bigotudas, no me gustaron, aunque había una que hasta se clavaba en sus tacones y me ponía sus ojos en blanco. No me importaban tantos resbalones, lo que yo quería era el menos el número celular de la gemelita Monce. Se dio el caso que mandé a un primo de mi cuate a pedirle el número a Monce, no pude sacar mi celular y pedírselo, me faltó más producto de hombre. Pero bueno, Monce se acercó y yo que saco luego, luego el celular para anotar también su número. Después de algunas carcajadas y bromas, se fueron las gemelas. Estudian en un internado y tenían que irse. Total, un beso y adiós. Ya tenía su número. Algunas mujeres me sonreían, pero ya todo era para mí, broma y reto. Una chava por medio de mis cuates me llamó, le tiré la onda y le hice anotar mi número de celular, diciéndole que si regresaba pudiera que bailara con ella. Total, se fue la susodicha Pati, y no me importó si fuera a regresar. Entramos de nuevo a la fiesta, las primas bigotonas estaban con mi cuate, El Bambino. Yo acudí a la mesa de otra prima de mi cuate, se llama Rosario; que ya me estaba presentando a una amiga suya, originaria de Oaxaca, alta y pechugona la mujer, unas piernotas que imponían y unos tacones que iban más allá de mi loca imaginación. Total, nos presentamos, compartimos algunas experiencias de nuestras profesiones, y que le doy el número de mi celular a la tal mujerzota que era la Vianey, una potranca recia y frondosa. Ella hizo timbrar mi cel, pero yo como que no lo traía, ni se escuchaba ante el ruido de tantas bocinas bailoteaban el lugar. Bueno, mi estimado, Chino, pues que estuvo allí el ligue, las encaminé a su trasporte y regresé a bailar, a tomar y a filmar. Luego, me sumé a cargar al novio, a la víbora de la mar, al ritual de la corbata y el liguero. Saqué a una bigotuda a bailar, luego, a una señora que me tiró alguna vez la onda; después, conversé y filme borrachos, reventé huevos con confeti, serví tragos, agarré piernas de bigotona, presumí mi trayectoria en México, saqué a bailar a una señora casada y celada por su marido; una cinturita que atesoraba un holgado traje sastre. En seguida, terminé por despedir a las primas bigotonas y estrechar manos de sus papás que bien sé, les tuve que ver caído. Señor panzón, aires cómico Galván, y señora ojitos María “Feliz”; pensaban que les iba a sacar de blanco a una hija. Soñaban ebrios. Total, eran apenas como las diez de la noche, y yo ni pastel de chocolate quise comer, mejor me acerqué a una chica que antes niña hube de haber conocido; ahora una mujer que de alta me pasa unos centímetros. No me gustaba, pero reverendo cuerpo tiene esa chica llamada Lorena. ¡Lorena, que caderas, Lorena! Pero todo fluyo como amigos. Nos fuimos a acostar, pero en unos minutos nos salimos, ella y yo, porque todavía la música y los pies aguantaban otros requiebros. Y que bailo y que baila la chica, vieras que cintura la suya, preciosura de hembra en mis manos. Total, el tiempo que luego tuvimos, fue de estar comiendo pollo a las brazas, quemando cerrillos que bien poseía en una chamarra borreguera que me había puesto anteriormente. Total, después los borrachos se pusieron locos. El hijo que dormía, salió como sonámbulo a sujetar a su padre, lo amagó hasta que se cansó y lloró el borracho, diciendo puras palabras horribles que de seguro hirieron a madre y a hijo. Total, yo seguía platicando de los romances de Lorena, la chica alta, hablamos de sus galanes, sus metas y proyecciones. En lo que se podía trataba de darle consejos, aclaro, siempre quise y fui su amigo, nada de insinuaciones. Los borrachos y las borrachas, bonitas borrachas, terminaron por encender celulares y cantar y cantar y cantar. Yo con la chica alta, comiendo pollo a lado de una fogata y quemándonos los zapatos, luego comiendo tamales. Salió del cuarto mi camarada, El Bambino. Se nos unió a la contemplación de borrachos, y le serví una copa, luego otras dos para mí. Concluimos irnos a la cama, ya eran como las tres de la madrugada, pero aún así había alcohol y fogata; no nos importó, cerramos la puerta para adormecernos de frío en una colchoneta. Bueno, pues has de saber mi estimado, Chino, que aquí es muy de México el recalentado, así pues, al otro día ya estábamos sacando agua del pozo, barriendo el patio, tendiendo mesas, manteles, sillas; y otro tanto desayunando poco, para en seguida: limpiar tomates, hacer el menudo, moliendo maíz, chiles; calentando todo, todo. Y otra fiesta, llegaron las bigotonas en la tarde; medio discutí con mi cuate, porque yo ya hecho polvo y teníamos una reta de básquet en Calpulalpan, y él bien que mal quería ligarse a una bigotona de sus primas. Total, servimos, comimos, repartimos fruta a invitados. Pronto, vimos partir al bailarín del Boyo, todo enojado y sacando chispas. Yo me quedé con mi compadre, El Bambino. Total, ya habría momento en que nos fuéramos, mientras posábamos para y con las bigotonas frente a sus celulares. Por fin sus padres se iban, cargando por la patas a un gran guajolote. Se fueron las bigotonas, pero la interesada me pidió el número de mi celular, se lo di. Minutos después, partíamos mi cuate y yo en una camioneta americana con rumbo a Calpulalpan. Entre tope y tope, yo iba agarrando la jarra con mole que amenazaba con vaciarse completa de una bolsa sobre otra que, de emergencia había improvisado. Viajaba atrás con un niño que, yo asimilaba tenía o tiene una historia parecida a la mía. Su padre seguro es un demonio que casi nos los quiere. Su esposa seguro le tiene miedo, y está con él, por sus hijos. Bueno, llegamos a Calpulalpan entre trompicones y reversas. Le di un billete al tío de mi cuate, El Bambino; se rehusaba el hombre, pero dicen que con dinero baila el perro, y así fue. Llegamos a casa, cansados. Estaba maltrecha mi espalda. Vimos el resto de una película que se proyectaba el canal cinco. Salimos a darles de comer a los animales, luego arreglamos la cama y dormimos. Al otro día contacté a la gemelita Monce, y logré con un par de mensajes robarle un beso. En la tarde bajamos al Centro a quemar un par de DVD´s, y luego a ver si encontrábamos a Lucy, pero no la encontramos. ¿Te acuerdas de Lucy, mi estimado, Chino?, ¿no? Bueno, pues no logré reencontrarme con nadie, después de todo regresé camino a México, trayéndome recuerdo, olores, sabores y por qué no, uno que otro amor, que aunque lejano no deja de mensajearme.

*Qué crees mi estimado, Chino, la gemelita ya no me mensajea. Antes, cuando quería que le marcara, me timbraba y me colgaba, pero ahora ni lo hace. Yo fui el último que le envió mensajes, pero ahora no pienso escribirle. Mejor me llegaron mensajes de una chica que supuestamente me vio en la boda y consiguió mi número. Me ha pasado su Facebook, y se me hace bonita. Ayer nos mensajeamos y creo es una chava excepcional; sé que estas relaciones de lejos me hacen daño, pero qué se le va hacer a uno como yo de corazón viejo y joven con un sentimiento vacante.

**Amor por celular

Tú has de saber mi estimado que, enamorarse por internet es una cursilería. Pero yo vi algunas fotos en su face y me gusto, aclaro no me enamoré, pero poco a poco me voy clavando al responder sus mensajes en el celular. Es una chica que dice me conoció en una boda, yo no recuerdo haberla visto, pues consiguió mi número, me mensajeó y yo corrí a buscarla en el face. Se me hace bonita, le gusta el teatro, y es culta, pero lo que más me gusta de ella son sus mensajes, es tan clara y trasparente que no le avergüenza mostrar sus sentimientos más álgidos y profundos en pos de incurrir en un tropiezo del corazón.
Creo que la noche es el momento más adecuado para abrazarnos a la almohada y sentirnos más cerca, tú has de decir que esto es un debraye, pero la verdad mi estimado, nunca me había pasado una cosa así en pocos días. ¿Será porque cada vez más los medios ocupan una parte importante en nuestra vida? Total, la chica se llama Yenifer, es de Tlaxcala, a miles de kilómetros te la has de imaginar, pero ese lugar dice mucho para nosotros, aunque sólo recuerdos de ello en la memoria nos acompañe.
No sé si esta relación sea distinta, yo siento que sí, he conocido a chicas de Uruguay, de Perú, de Argentina, hasta güeritas y paisanas americanas, pero con ella es algo diferente. Hasta he tratado de no clavarme, pero cada noche nos reencontramos, usando sólo un teléfono celular, y diciendo que: abracemos la almohada para las distancias acortar.
Bueno, eso es conmigo, espero tú estés bien, cuídate mi estimado, Chino, y me saludas a la americana, y a tu hijo. Pronto les caeré por allá. ¡YA FIRMAME MI FACE, NO SEAS MALO!

Cambio de estafeta



Hoy quiero mentarle la madre a la literatura. Hoy la desconozco como madre de mi inspiración en aquellos mis años mozos, porque ella me arruinó parte de la vida. Viví engañado por la sociedad que me dijo, eres buen escritor. Viví engañado por editores y profesores, por no decir lectores que me leyeron y descubrieron en mí una desbordada imaginación. Estoy enojado con el arte de escribir. Escribir es un oficio que cuando llegas a edad sólo te deja aplausos y nada más. Hoy no tengo patrimonio, sólo libros, textos y cuentos en periódicos y revistas sin lector. Abandoné mi carrera hacía una vida mejor por ser entre comillas, poeta y escritor, pero la garra del destino me ha abierto los ojos de un puente que ya quemó. Maldita sociedad de escritores que en ella me incluyó. Ahora no tengo nada, y lo que sé no vale más que a cuenta gota para jóvenes escritores con un destino más que incierto. Voy a virar esta vida al carajo, porque reniego ser escritor. Por qué no sólo vi desde lejos, por qué estoy más triste hoy. Me enoja pensar en el puente que pude haber tendido y del que sólo quedo recuerdo, melancolía y abandono. Voy a quemar estas naves del escritor frustrado; aplaudido por gente contenta y feliz como lector.



* Mensaje de un escritor

Quiero que me crucen las manos cuando me muera, sólo así podrán decir a los que lloran, que nunca hice nada, no trabajé, no fui en busca del brillo contante y sonante, que me aparte del mundo con un lápiz siempre pegado a la mano, un pedazo de madera que venden en cualquier papelería. Pero nadie sabrá que aquel trozo de madera seca, dibuja golondrinas de los sueños, los días de mi insomnio; de noche no dormía y de día no comía, se la pasaba esperando que lo tomará, de cuando en cuando para contarle todo lo que había visto y escuchado. Acostado debajo de una flor, encogido de hombros, esperándome tejiendo y destejiendo ideas convulsivamente en su punto y en su goma, impaciente me esperaba con su mirada de lápiz, a veces bajo mi cama, en la alfombra olvidada, en el cajón húmedo del escritorio, dentro de la libreta vieja, con sus ojos alegres, siempre fosforescentes por contármelo todo, de noche mirando toda la soledad de la casa, la muerte que asechaba a quién sabe quién, la reunión de la familia podría ser alrededor de mí.

Recuerdo que a veces se escapaba conmigo en la libreta, pero hoy no está conmigo en mi muerte deshojada, tráiganmelo, quiero verlo, antes de que me cierren mis ojos y luego el ataúd de mi acostumbrado cautiverio, quiero tenerlo, quiero verlo llorar por última vez, llorando en una sala mortuoria atarragada de lamentos, quiero ver sus lagrimas de grafito sobre mi ataúd o empapándome la solapa y so pretexto de que se quiera ir a morir conmigo, juntarle sus manecitas, conmigo.

La dentista




Tú me dirás mi estimado, que esa mujer está gorda, y en parte sí. Pero creo que el asunto lo estoy tomando en serio. Se llama Camila, es mi dentista, bueno, ahora es más que mi dentista. Verás, Camila tiene un hijo y es madre soltera. No sé cómo le tiré la onda, el chiste es que ahora puedo ir a su consultorio y robarle besos sin que nadie nos ve. Bueno, la cosa resultó como al tercer día, era una tarde en que se había ido la luz en la colonia; nadie usaba nada eléctrico, sino sólo cosas y aparatos que tuvieran pilas. Total, yo llegué al consultorio de Camila, ella estaba pensativa en suspender sus consultas que tenía anotadas para ese día en su libreta. Pero llegué y la cosa se pospuso. Hablamos, reímos, conjeturamos ideas absurdas del que tal vez la luz nunca regresaría; el chiste estuvo, cuando yo trataba de ponerle la mano en el hombro y ella me la alejaba. Total, que entre tanto manotazos, y risas, que la abrazo por la cintura y que no la suelto, verás mi estimado, que comienzo a darle besos en su orejas, mejillas y cuello. Total, y que ella decía, medio suplicaba que la soltara, pero yo ni en cuenta, le pedía un beso y tanta palabra que tuviera yo para que no se resistiera y fuéramos más allá. Mira que yo soy cachondo, pero ese día sí que fui más allá. En unos minutos estaba sin camisa y con el cinturón y los pantalones caídos. Ella no quería ni quiso. La quise recostar en su unidad amarilla, quitarle más que el brassier. Total, para terminar la cosa, tuve que apretarme el bulto, fajarme los pantalones y salir con una promesa de volver al otro día. Mira que ahora la estoy conociendo, tengo días en que no la veo, pero comienzo a creer de nuevo en el amor, y me perdonarás mi estimado, pero aunque no te guste esa mujer, comienzo a confesarte que la estoy queriendo en serio.


*Abstinencia, distancia y tiempo

Prefiero que me sienta lejos, y se desamorizque de mí. Sí, yo no podría jugarme el pellejo con una mujer, con una familia, con la misma mujer y embarazada de otro niño. Sí, te cuento mi estimado amigo que, últimamente estuve revolcándome sin llegar a la cama, aclaro, con esa mujer. Esa mujer fue mi dentista, digo fue, porque ya no pienso volverla a ver; sé que es tonto huir de esta forma, sólo dándole la espalda y si te vi ya no me acuerdo; sé que es tonto y hasta cobarde, pero qué le voy hacer, cuando ella tiene a otro hombre después de haberse divorciado de su esposo. Ahora, me llama y, yo le digo que estoy lejos, le invento nombres y eventos, al principio no me cree, pero después hago todo el esfuerzo para hacerlo más verídico, así ha pasado el tiempo, y espero que si este tiempo no borra algo de ese sentimiento tan tonto, al menos la distancia sí.



¿Tú qué me recomiendas mi estimado? Si voy a ver a esa mujer hay de dos, o la considero una amiga, o sigo arriesgándome el jugar con fuego al ser una mujer embarazada de otro hombre. He pasado algunas veces por su consultorio, y claro que puedo acceder a ella, pero indeciso estoy aunque tengo ganas de verla y estrecharla; otra es que podría considerarla mi amiga, pero yo sé que a ambos nos va a doler. No podría verla en mi natura como amiga, soy algo apasionado y loco, y sé que acabaría por arruinarlo. Ahora de nuestra amistad ya casi o nada sé. ¿Qué podría hacer? Si pasa el tiempo y no la olvido. Necesito seguir sufriendo con esto del amor para sacarla de mi corazón aún vacante entrecomillas. ¿Olvidarla, mi estimado? Eso intento, pero algo me dice que no es de hombre dar la vuelta sin ninguna explicación. Algún día iré a verla, ahora necesito más tiempo, no sé, el necesario para tender otro puente que aquilate ese sentimiento de amor en mi corazón.


No sé si irla a ver. No sé si contestarle el celular. No sé si pretenderla otra vez. Ella me dice que la vaya a ver, yo sinceramente no quiero ilusionarme otra vez. Esa relación me hace daño, yo no debo andar con alguien así. Tiene a alguien y espera a un hijo ¿Para qué quiere continuar esta farsa? ¿Para qué iré yo a verla? Para besar, palpar y algo más. No puedo continuar, no quiero a alguien así para mí. Entiendo lo que es una relación sin compromiso. Pero yo no tengo a nadie y no tengo que perder. Debería tenerme respeto. Ella sí anda con otro, y pronto será madre. No quiero continuar esta farsa. A ver si aclaro las cosas, ya sea que la vaya a ver y me contenga, ya sea que rechaces sus llamadas. Pero porque me quiero y estimo no volveré a ser el otro.


**Es mejor así. ¿Para qué vivir enamorado de alguien que sabes está luego con otro? Es un amor a medias. Un amor de farsa. Qué bien que le dije, que no quería ser el otro, me dolió decírselo, pero también ella me partió el corazón al no contarme su razón desde un principio. Yo sé por qué se va de la casa de sus padres; es para vivir con él. Ella no quiere decírmelo, dice que el abogado ya no la ha visto. Me duele que no me digan la verdad, me duele que me mientan estando todo claro. Ella se va con él. Yo le dije que no deje a sus padres. No ahora cuando está delicada y va a tener al bebe. Pero, total, dice que se va y no hay marcha atrás. ¿Qué voy a hacer yo? ¿Volver a besarla, volver a fingir un tonto sentimiento de no quererla, de sólo estar con ella por pretender sexo, pasión y deseo? La verdad, ahora es más fácil decirle que no quiero ser el otro, antes no me hubiera atrevido. Ahora es un hecho de que me di la vuelta con algo más que claro. Tiene mi apoyo, pero no lo que se pudo haber dado y ella lo desbarató al no hablarme sincero. Adiós, mujer, y espero algún día encontrarte feliz del brazo del otro, y seamos los amigos que no pudimos concretar, porque nos faltó la comunicación y el tiempo.

Algodones de alcohol




Mientras redacto estas líneas de hoy, 11 de septiembre, no seré un terrorista en Nueva York, no seré un mercenario de la palabra, ni un claudicante de la pluma y el talento, en cambio hoy seré un falso hombre de papel, y haré lo que en el fondo de mi corazón y mi mente duele, por tan sólo cumplir con la tarea, escribir.
No escribiré de mi profesor de estilos periodísticos y literarios, aunque es un poco raro cada vez que entra al salón de clases, pienso que ha de tener alguna filia a las paredes frías.

La tarea que nos encargó el profesor Joel, fue crear un cuento que relatara fobias o filias, no es raro que a mi parecer ha de querer que el retratemos algún ejemplo de vida en su fina estampa de maestro universitario.
Para escribir debo estar preparado con algodones empapados de alcohol. Cada vez que mis compañeros de la facultad mencionan, ‘’prensa escrita’’; mis ganas de salir expulsado más lejos que el cohete Chalenller se vuelven enormes, porque redactar, me tortura y no me mata. No es en vano que el taller de televisión es mi claro pretexto para evitar aquella tinta roja que marque mis errores en cada nota periodística que entregó por una calificación fingida en mi historial. Al carajo con la pirámide invertida, y al diablo con objetividad del quehacer periodístico. Qué chingados me importa si Felipillo es de los más votados en you tube, qué carajo si hay una megamarcha mundial contra la narcoviolencia, qué chingados quiero saber si los secuestrados gritan de dolor o de sentimiento patriota, vendados de pies y manos. Al carajo con los niños de la calle que duermen con la mierda del burgués en las coladeras, qué canijo me importa si Pemex o la UNAM se privatizan por gringos valemadres. Mucho menos quiero saber si Cuba es arrastrada por un huracán divino al Triángulo de las Bermudas. No me importa si México gana todas las medallas paraolímpicas en China o Sudáfrica. O si se les escapa de los laboratorios un virus que invada al mundo, o si Obama gana la Casa Blanca o es el anticristo.

Hace unos minutos mejor me importó pensar en hacer un cuento de mis traumas en mi infancia, pero me dio miedo desenterrar los fantasmas que el psicólogo Limón, sepultó hace unos años en lo profundo de mi inconsciente. Es por tanto, que terminé escondiéndome en mi cuarto bajo llave, no sin antes partir una manzana roja, de las que nunca hacen falta en el frutero roto de Mina, mi abuela fallecida hace unos meses. Últimamente, se me ha hecho costumbre comerme la mitad de la manzana antes de disfrutar mi película porno favorita y, devorar la otra mitad después de lavarme las manos.

Alguna vez escribí poemas y cuentos en los primeros semestres de mi universidad, pero los abandoné, porque sufrí desamores y desencantos. Recuerdo el poema que hice para ‘’ella’’, un trozo de mi corazón y la mitad de mis lágrimas se fueron allí impresas; ese es uno de los motivos por los que me deshila el alma coger un lápiz y escribir. Desde aquel momento no me he enamorado, sólo me he ilusionado tontamente, tengo miedo a perder el último trozo de mi corazón que sigue esperando el golpe certero que me haga olvidar hasta la forma de la Tierra.

Ya no recuerdo que profesor mencionó, hace una semana que debemos quemar aquellos escritos que nos comprometa, pero aún conservo en aquel cajón húmedo de mi escritorio el borrador del poema que le compuse y regalé en la preparatoria a Dulce, porque si aún lo conserva vería cuánto amor sentía por ‘’ella’’ y después sabría que mi pasión por escribir murió en sus versos.

Digo pues, no sé si trabajar con el cuento de la filia de mi profesor especial, el que desea escalar las paredes en cada momento, o en algún caso describir el acto pornográfico de las lesbianas gringas de las que me he enamorado cada vez que me encierro en mi cuarto a comer manzana, o de algún modo transcribir el poema de ‘’ella’’. Pero doy por sentado que ni el profesor, y ni las lesbianas, ni mi ex novia les importaría escuchar a un loco que huele algodones de alcohol y se torturaría si fuera escritor o poeta, y peor aún, que ve a Dios cada vez que viaja en metro.

El auto deportivo





La vida sigue y aunque esté alguna ambulancia presionándote con la sirena, la muerte también. ¡Este día sí que estuvo difícil para mí! Nunca había visto a nadie morir de esa forma. Se llamaba Paulina, la conocí arriba de una ambulancia, iba ella con su diadema blanca en el pelo y tenía sus pestañas quebraditas, quebraditas. Confieso que Paulina me gustó a la primera, le calculo tenía unos 25 años exagerando mi estimación, su cara de niña tierna me complacía al verla hablar y tomarnos fotografías para echarse a reír a bocajarro recargándose sobre la puerta trasera, decía: espera, espera que aquí saliste bizco; otra, otra que salió movida. Y yo le decía: Pues muévete con ella. Todos reíamos con la confianza que uno se tiene al conocer a alguien que pronto será parte de tu círculo social y de trabajo.

Éramos cuatro, íbamos sentados en un sillón largo que aún conservaba el azul primario de algunos años atrás, teníamos enfrente a nuestros pies la camilla y más enfrente los botecitos con diferentes etiquetas que mencionaban los accesorios de curación y demás soluciones para aliviar de emergencia. Yo fui el cuarto y el último en llegar, subí a la ambulancia por una puertita lateral y me presenté, porque cabe decir que, soy nuevo en esto de recibirme como paramédico. Aunque ya íbamos a la ceremonia que nos reconociera como tal, porque eso sí, a la Cruz Roja le debo mucho, muchas satisfacciones y experiencias también, así que por tanto iba afeitado e impecable, todo bien y en forma como tiendo a ser, cuando algún evento deseado por años no contiene mi merito y felicidad.

La sirena se hacía escuchar sobre la avenida Reforma. El comandante de la ambulancia para todo quiere hacerse notar, usa el protagonismo como su mejor arma y en este caso a su conveniencia.

Crucé comentarios sobre su preparación y trayectoria académica con los tres colegas paramédicos y juzgué un poco sus uniformes bien almidonados y sendas crucecitas rojas en los antebrazos. Mi saco me venía flojo pero yo estaba contento, viendo luego como el comandante Rodolfo maniobraba a toda velocidad por la avenida. Me encanta aquella sensación de ver como el sonido de una sirena puede abrir el mundo si se pudiera, pero no se abrió el mundo, cierto, sólo los autos se hacían a un lado para dejarnos pasar; lo que se abrió fue una puerta por la que salió despedida Paulina –ayyy–, rodando por la avenida y gritándole yo al comandante que se detuviera –pare, pare, pare–. La ambulancia se detuvo y el ruido de la sirena también. Desde escasos metros pude ver a Paulina cercenada; un carro deportivo del año y rojo, le pasó por encima, corrí a su lado, todo era sangre, calor y mareo que por poco me caigo con sus sesos. Su rostro era irreconocible, su traje azul y chaleco con bordada crucecita no le sirvió para nada ni siquiera se reconocía las caligrafías de la Cruz Roja en su pecho. Todo pasó tan rápido que ni mi preparación de años ni mis escasos sentimientos ni mis manos al menos sirvieron para darle los primeros auxilios y reanimarla, sacarla de aquel mal sueño, de aquella mutilación de pesadilla.

El comandante Rodolfo, se llevó las manos a la nuca, dijo, que he hecho, palideció a pesar de ser un hombre blanco su rostro tornó color papel arrugado y creí yo que iba a caer al suelo, pero afortunadamente dos de mis compañeros lo llevaron a la ambulancia.

Me quedé a lado del cuerpo, de los pedazos de cuerpo y sangre coagulándose con el calor y el aire denso; mirando al chofer que lloraba con ahínco sobre el cofre de su auto deportivo, de su compacto pero asesino auto deportivo. Mis compañeros no regresaron con las sábanas sin antes encender la sirena y activar la llamada de emergencia.

Todo era consternación, miedo y sorpresa. La fila de autos transitaba lento –no veas eso hijo, tápate los ojos, tápatelos ya–. Fluía el tráfico como suele fluir en un México en donde no pasa nada.

El vehículo rojo que atropelló a Paulina estaba como intacto, ¿qué tan intacta puede estar la consciencia de los objetos que asesinan, que matan? No sé ¡No lo sé! Pero el susodicho auto deportivo sólo sangre tenía en las ruedas, sangre que rápido pasaba inadvertida porque el sol estaba como a las doce de la tarde, jueves y en Reforma.
Las patrullas llegaron y con ellas todo el ruido que se pueda imaginar. Estridente malestar auditivo que infunden estos hombrecitos del supuesto orden mexicano. Los altavoces, los conos y las cintas con la leyenda: Prohibido el paso, se hicieron presentes. ¿Y para qué si ya es tarde? Fue la pregunta que todavía me hago, mirando el reloj en el monitor, mirando en el recuerdo de mi mente el cuerpo de Paulina.
Los tres semejantes que permanecimos en la ambulancia, explicamos la situación ante los hombrecitos del orden que tomaban nota y fotos por doquier, al tiempo que otro singular personaje nos daba hora para rendir declaración en el Ministerio Público de la delegación más lejana que pudiera saberse y yo desconocer.

El comandante de la ambulancia simplemente dio su nombre, como quien dice Rodolfo con toda la confianza y alegría del mundo. Tomó el volante y ahora con la consternación, miedo y arrepentimiento que no vi nunca en la cara de un conductor ni de película o cortometraje, nos llevó a la Ceremonia que nos diera la categoría de paramédico –plas, plas, plas–. Todavía me duelen los aplausos, en mis manos siento todavía la sangre de Paulina reclamándome algo que no logro entender, porque no agarré a golpes a ese chofer cobarde, que se dice comandante o dueño de auto deportivo. Pero el tiempo corre como una ambulancia abriendo paso, llevando consigo vida y muerte, también la vida sigue y a quién le importa si se acaba por los años o un accidente, a mí ya no. ¡Al diablo con esto! ¡Al diablo! La vida sigue y es labor de un paramédico seguirla hasta el final aunque sea su contradicción en años viendo morir gente.

Cuando era niño



Yo igual cuando era niño soñaba con ser grande e importante, ser presidente; soñaba con volar aviones y conocer el espacio. Pero ahora que soy un hombre veo que sólo fueron sueños disparatados. Algunos dicen que leyendo libros de superación personal puedes vivir haciendo tus sueños realidad, pero ahora sé que los sueños son sólo eso: sueños para sólo soñarse.

Afuera las cosas están cada vez más violentas y difíciles. A nadie le importa si estuvieras tendido en el asfalto, muriendo o implorando una moneda, sólo se jode el mundo, y el mundo somos nosotros.
Los niños vienen a competir y a arrancarse el pan, las ilusiones. Es una lástima que la lucha de clases siga siendo una utopía que sólo se imparte absurdamente en las universidades.

Yo estudié la universidad sólo para saber lo qué es pasar sobre otros y licenciarse. La verdad no soy ni más grande, cada vez que me conozco, me siento difícil de seguirme conociendo. Soy ignorante y a veces eso me hace infeliz, pero cuan dichoso soy cuando me alejo del mundo y no quiero soñar, sólo dormir con planes de despertar mañana y seguir viviendo el momento. Qué le voy hacer, no quiero frutar mis días en ver mi futuro estancado al infortunio de otros más sagaces y breves.

De tierra y cosecha soy



Me gusta ser quien soy, no soy grande ni chico. Tengo la cara limpia como caprichosamente sucia. Sí, vengo desde abajo, pero no me siento estar arriba. Aquí entre nos, creo tengo suerte. Sí, ya sé que algunos dicen: que la suerte no existe; yo creo que es relativa. Total, no me apena decir que tengo mis raíces con gente, con familia de tierra y cosecha, de ranchitos y abuelos de hacienda. Ahora no tengo nada, aprendí hace años habilidades que ahora están estancadas, añejas y archivadas. Dicen los papeles de mi universidad que he estudiado Comunicación y Periodismo, pero yo no sé relativamente para qué sirvo, sólo sé que tengo necesidades de comer, de querer, de ganar, de verme y tener éxito como salud. Pero a lo que voy es, a decir quién mondrigo soy yo, quién soy yo; si ese es el punto no creo aclararme todavía el arranque de mi existencia. Sólo sé que a estas alturas me encuentro entre feliz y contento, eso sí, estoy mejor que hace unos días. El porqué lo tengo en mi mesa; la esplendida comida de rancho que nos trajimos mamá y yo, de nuestro, bueno, de su terruño más que mi terruño. Total, ese soy yo, gente de abajo más que de arriba. No tengo mucho ni pienso en cuando tener, pero si a ojos vistos de los demás es bueno tener y desear, siempre desear, vamos a conseguirlo para seguirse a unos y a otros, conociendo.

Me enfilé al ejército,


...porque amo a mi señora patria que es México. ¡Madre grande y gloriosa!, he aquí un hijo tuyo dispuesto a servirte como tu fiel soldado. ¡Madre de treinta entidades, y más de cien millones de mexicanos!, he aquí hijo tuyo, soldado tuyo; dispuesto a entregar su vida en el campo de batalla, de entregar su inteligencia, sus brazos y su corazón para bien servirte, como oficial tuyo: activo, leal y honrado; dispuesto a luchar contra la miseria, la ignorancia, la injusticia; para verte, libre e independiente de algún tirano que quiera violentarte en nombre de otros blasones.
¡Patria mía!, amo tus mares, tus golfos, tus sublimes cordilleras, tus azules montañas y volcanes; tu gloria y tu belleza, desde: El Cabo, Baja California Sur; hasta la estrecha y calurosa, Mérida, Yucatán. Te amo por la memoria de mis padres y mis abuelos que han venerado a hombres ilustres y grandes hombre muertos; te amo porque existes, y yo contigo éxito. ¡Patria mía! Veme arrodillado en tu regazo con este nombre que entiende como Israel y estos veintitantos años, ya a una, ya a otra orden que tú me dictes o decretes…
Me enfilé al ejercito, porque aquí entre nos, soldados ilustres, he prometido morir de viejo en algún batallón o, ante las balas convulsas que quieran diezmar nuestra soberanía y nuestro regimiento. Por la sangre que se ha derramado, por la sangre de mis hermanos que corre por mis venas, porque en tierras aztecas están sepultados mis muertos que mi raza llora y venera. Porque México me ha visto nacer y, me ha dado: lengua, maestros, libros de texto, comida y sustento. Amo a México por su naturaleza tricolor, por su corazón, por su gente buena y sencilla; porque soy hombre que, siempre extraña sus lejanas tierras lindas y queridas: por sus azules montañas, por la ternura de sus nativos con corazón de indio, por sus obreros ensombrecidos, por la violencia con la que un extranjero, grita: ¡Viva México!... Por eso y más me he enlistado al ejército, y quiero defenderle de aquel que ose atravesar con balas ajenas mi bandera; y el amor a uña y carne de mi señora patria linda y querida.

Mexicano hasta la muerte




He conocido lugares y nada como mi México. Yo no soy tan entrón ni tan valentón pero tengo algo de macho. Tengo una carrera de periodista, sé hablar idiomas pero a mí me gusta más lo mexicano. Muy pronto me voy a ir para mi rancho, bueno, el rancho de mi señora madre; voy a levantar las tierras que mi raza ha dejado caer últimamente. A chingar la vida en la ciudad y todo lo que me ha enseñado, sus luces y sus mujeres. Me gusta tener familia y por eso me parto. Y, ¿por qué a estas alturas de mis veintitantos? Simplemente, porque dar clases en las universidades, ser abogado y político; no me convence. Yo sólo quiero ayudar a mi gente, y la gente de aquí ya no me concierne. Me voy a regar el grano, a alimentar el ganado y a raspar magueyes, pero no me pudro en esta ciudad de asfalto y humo, simplemente, porque no me merece. Qué, ¿por quién voy a votar? A mi juicio, México nunca tendrá buen presidente. ¿Qué si he perdido la fe?... pues, la mera verdad sí, sólo de ver como hacen las cosas güeritos vale madres, quiero estar con mi gente. Y decirles que los otros son la mierda que hay enfrente, y que no se les acerquen, porque allí sí no respondo, si se me sale lo valiente, mexicano hasta la muerte.

Treinta de este de mes


Cómo decir que a estas alturas de mi vida estoy congestionado de tanto conocer mujeres. No me vuelvo a enamorar: debería ser mi lema, porque el que da su brazo a torcer, por no decir su corazón, es para mí el que pierde. Me enoja que a estas alturas del partido, no haya hecho el amor más que el sexo. Todo se me da tan rápido, tan espontáneo. Ayer estuve con una chica; bonita, alta y flaquita: por así decirlo. El alcohol y el dinero hacen milagros. Pero ahora estoy tan triste, porque si pretendo buscarla, sé que me terminaré enamorando. No hay duda de que pretendo algún día hacer el amor, más que el sexo, pero, sé que si le doy tantas vueltas al asunto, terminaré por arruinarlo. Maldita costumbre, maldito desatino de ganarme el gusto por mujeres lindas y en prospecto que no me dejan concretar una relación amorosa de las que últimamente duran años y años.

Y a dónde voy a ir a parar con tanta monada, con mi gusto y con mi edad. Veo la belleza en cada par de ojos; en los labios delgaditos, rojos y coquetos que me arrullan con sus palabras superficiales. Y a dónde voy a parar con estas ganas, ganas de hacerlo entre ansias de llamarlo más sexo que fornique. Algo de mí me dice que ya deje esto, que tome mi vida en serio, que comience a madurar para que no dude de alguien enamorarme, pero hay de mí el vino, el vino. Y a dónde voy a parar con estas ganas de hablar de más y no callarme, porque un borracho sólo puede tener un vaso de vino en la mano y una chica en la otra, y siempre desear y desear.



**Tremendamente aburrido, aburrido a rabiar y terminando este año. Hay que empujar las palabras para decir año nuevo. Qué hay que pedir para volver a la carga, qué hay que anhelar para seguir viviendo. Tal vez me vaya a otro lugar, tal vez me quede. No sé si parar ahora o seguir escribiendo, pero si paro ahora seguiré aburrido. No tengo nada que contar para seguirnos viendo, como puedo decirles amigos, puedo decirles aburridos, porque tú eres mi estimado, el ávido lector de seguir leyendo; pero yo soy el escritor sin nada que contar, el tremendamente aburrido.