22 sept 2010

Hinds



Tal vez ahorita no pueda contarles muy bien como una crema mejoró mi vida, sino más bien como la cambió. Yo era uno de esos hombres que le prestaba más atención al trabajo que a la vanidad de su propio cuerpo, y por supuesto que mis manos no eran la excepción. Llegaba a la casa con el cansancio a cuestas de varias horas de trabajo en la calle. Lo primero que debía de hacer era experimentar el doloroso y ardido ritual de lavarme las manos con jabón ya sea de pasta o de polvo, finalmente comer.

Mis manos habían sufrido últimamente un trastorno o algo parecido a la resequedad, y como en mí la necedad puede más que los consejos juntos de mi madre y mi hermana; pues, que les rechazo el botecito de su crema Hinds. Les decía que en mí esas recetas de la abuela no funcionan, y prefería simplemente andar así que oler a chile. Muy dentro de mí tenía unas ganas enormes de meter mis manos en manteca, pero la mera verdad pudo en mí más el orgullo. Así pasaron unos días, no les exagero, una semana para ser más preciso.

Cierta tarde tuve que asaltar el tocador de mi hermana y llevarme poca de su crema Hinds en una bolsita. Era un botecito que dejaba ver la crema rosita, decía en una etiqueta: “Hinds, Clásica: para piel reseca”. Y que me la pongo, pero antes bien lavaditas mis manos, desmanchadas las uñas de toda pintura e inmundicia que obstaculizara la mencionada vitamina A, que contenía el cosmético. Vieran cuánto descansaron mis manos, el trastorno de la resequedad había disminuido. En mi trabajo comencé a usar guantes, y al otro día ya no me daba pena saludar a la gente. Mi madre y mi hermana creo se dieron cuenta, les agarró una risa, pero ni una palabra de ello en la mesa. No soy hombre que se jacte del cuidado de su cuerpo, pero sí puedo decir que soy un hombre que tiene unas manos dignas de estrechar sin pena y desencanto. Ahora estoy por casarme, y creo la suavidad de mis manos, influenciaron algo en su respuesta.


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* Nueve reacciones una solución

A la una de la tarde, un millonario forbes llegó a la matriz de su empresa Equis, pidiendo balances y cuentas, pero alzando la voz reprendió al director que estaba ante sus secretarios; dejándolo en vergüenza y con el resentimiento carcomiéndole el alma.

A las dos de la tarde, José el director de la empresa Equis, hizo una llamada telefónica a su esposa, para mandarle los papeles del divorcio y afirmarle que la custodia de los hijos sí debía estar en litigio, así que viera a su abogado inmediatamente.

A las tres de la tarde, Consuelo la esposa del director de la empresa Equis. Gritó y descontó del salario a su empleada distraída; el florero que había tirado accidentalmente al suelo para enseguida descansarla tres días seguidos.

A las cuatro de la tarde, la empleada distraída, sacaba los pedazos rotos del quebrado florero para llamar al barrendero y alcanzándoselos en una delgada bolsa negra de plástico que propicio que Faustino se zanjara un dedo.

A las cinco de la tarde, el barrendero Faustino llegó a dormir a su casa, el tiradero más grande de la ciudad, y encuentra a un perro negro y flaco echado en su roída colchoneta; para propinarle un puntapié en el hocico y correrlo lejos de su sitio.
A las seis de la tarde, el perro negro muerde al marido de mi maestra en una pierna; el señor desfallece en un hospital comunitario, porque no encuentran la inyección indicada.

A las siete de la noche, un médico le avisa a mi maestra Teresa que su marido echa espuma por la boca y está retenido en una sección de emergencia de una clínica especializada.

A las ocho de la noche, mi maestra Teresa sube las calificaciones por internet, reprobando a los alumnos que faltaron tres veces a su clase; sin considerarme a mí que fui el mejor que contesté el examen de diagnóstico.
A las nueve de la noche, yo le azoto la puerta a mi madre, tirándole el plato de la comida al suelo, luego dejándola sola y callada para que limpie la puerta y demás cosas salpicadas por el caldillo.

A las diez de la noche, mi madre acaricia mi cabeza que intenta el sueño, diciéndome en susurro: Papito, papito querido, trataré de mañana hacer la comida y el postre que te gusta. Tú estudias mucho, ya verás que mi Dios allá en lo alto te recompensará con creces. Voy a limpiar tu puerta con cloro y jabón. Verás que mañana nos irá mejor, primeramente Dios.






Israel Maldonado Maldonado

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